La Ventana
Música

¿Dónde están mis amigos? Aquí

Las canciones de Robe y Extremoduro han articulado el esqueleto de nuestra vida hasta hacerlas indistinguibles

Robe Iniesta durante un concierto en el Wizink Center / Europa Press News

Esta mañana mis amigos me escribían como si se hubiera muerto un familiar. Y no. El que se ha muerto es Robe Iniesta, uno de mis artistas preferidos. Quizá el que más. No lo sé, soy muy malo con los ránking, las listas y los podium. Dejémoslo en “uno de mis artistas preferidos”, por no estropear las palabras a base de manosearlas. Supongo que esa es la definición más aséptica, la que le daría a alguien que no sabe nada sobre mí.

- ¿Qué te pasa?

- Que se ha muerto uno de mis artistas preferidos.

Y es verdad, eso es lo que me pasa. Aunque lo leo y me parece vacío, hueco, impreciso. Una sentencia que se encuentra a años luz de definir lo que me pasa, lo que nos pasa. Lo que pasa. Porque lo que pasa, en realidad, son muchas cosas más. Mis amigos me escribían como si se hubiera muerto un familiar y la gravedad de la muerte de Robe no es mayor ni menor, es ajena a una comparación tan frívola.

Las redes, los medios, las pantallas y las bocas se llenarán hoy de frases como “sigue vivo en sus canciones”, “su legado es eterno”, y cosas así. Pero yo me permito decir que no. Que nos permitamos, al menos hoy, decir que es un día muy triste. Un día de mierda. Porque sus canciones siempre van a estar ahí, sí. Pero no va a haber más. No volveremos a escucharlas en directo, a esperar con ansia la salida de un nuevo disco, a soñar despiertos con una (muy) hipotética vuelta de Extremoduro, una herida que ya nunca se cerrará. Robe se ha ido y no volverá. Y es una pena que te cagas.

Mis amigos me escribían, y yo salía a la calle con humo en la cabeza, lágrimas en los ojos y una piedra afilada en el cuello. No entendía nada. El mundo seguía como si tal cosa. Las personas iban y venían, con el mismo brillo o la misma sombra en la mirada que ayer y que mañana. En el Congreso de los Diputados, Gobierno y oposición se lanzaban desde los escaños insultos y reproches pueriles que sonaban más absurdos, si cabe, que nunca. ¿Por qué no se puede pedir una baja laboral cuando se muere uno de tus artistas preferidos? ¿Acaso hay algo más importante, más urgente que hacer que escuchar sus canciones hasta olvidarte del reloj y el calendario? Ya os lo digo yo, no hace falta debate: no.

Hoy no quiero celebrar sus canciones. Quiero llorar y lamentarme. Tengo derecho a ello. Sin embargo, creo que puedo celebrar otra cosa. Mis amigos me escribían como si se hubiera muerto un familiar. Y yo les escribía a ellos. A los más cercanos, con los que hablo a diario; y también a algunos con los que hacía meses que no intercambiaba un mensaje. Y nos hemos enviado nuestras fotos en sus conciertos. En el último concierto de Extremoduro en Cáceres, hace 12 años; y en el último de Robe, en Madrid, hace uno y medio. Y hemos recordado aquellos días que fueron y vinieron sobre esas canciones que siempre estarán ahí, aunque hoy dé un poco igual.

Mis amigos me escribían como si se hubiera muerto un familiar porque, al conocer la noticia, han pensado en mí. Y yo he pensado en ellos. Y en esos momentos no sonaba ninguna canción. No sonaba nada, sólo silencio. El silencio de los vínculos que se pueden tocar aunque no se nombren. Desde la adolescencia fantaseamos cada vez que nos juntábamos con volver a ver a Extremoduro sobre el escenario sólo una vez más. No pudo ser. No volverá. Ya no está. Pero mis amigos sí están. Están hoy, que se ha muerto Robe, y estarán mañana también. Con sus canciones o sin ellas. Pero hoy por ellas. Porque las canciones han articulado el esqueleto de nuestras vidas hasta hacerlas indistinguibles.

Hoy todo serán perfiles póstumos, epitafios, análisis, listas y tonterías aún peores. Pero ya es diciembre, y la noche llega pronto. El día terminará y habrá que volver a casa, a buscar no se sabe muy bien qué. Y llegará la inevitable pregunta en un día como hoy: ¿dónde están mis amigos? Están aquí. Gracias, Robe, por recordármelo (y por todo lo demás). Quiero celebrarlo. En silencio, o con tus canciones sonando tan fuerte que retumben las montañas. Como tú dirías: ya veré.