Alan Ball: "La sociedad estadounidense está enferma, nos bombardean con mensajes para que nos sintamos mal"
El creador de 'A dos metros bajo tierra' y 'True blood' reflexiona acerca de su carrera, la situación de la ficción y los retos de la sociedad actual

El guionista y productor americano Alan Ball (Photo by Michael Kovac/Getty Images for Acura) / Michael Kovac

Barcelona
Alan Ball fue uno de los padres de la primera Edad Dorada de la Televisión, uno de los hombres que consiguió convertir las series de televisión en piezas de prestigio artístico más allá del entretenimiento. Ha sido uno de los invitados estelares del festival Serielizados, y hemos podido conversar con él acerca de la industria y de su legado. Un hombre que nació para contar historias, que comenzó trabajando en el teatro, donde aprendió a crear escenas donde los personajes hablaran de sus sentimientos.
“Siempre me ha interesado contar historias. De pequeño, era un ávido lector y con seis años, en primero de primaria, escribí una obra de teatro y la representé para la asociación de padres y profesores”, cuenta el creador sobre sus orígenes. “Creo que siempre lo he llevado en la sangre. Y al crecer, descubrí diferentes maneras de contar historias”, recuerda.
Ball llegó a las oficinas de HBO con un Oscar debajo del brazo por su trabajo como guionista en American Beauty, y los ejecutivos de la plataforma le ofrecieron escribir una serie sobre una funeraria. Así nació A dos metros bajo tierra. “HBO me propuso la idea, y como de niño pasé tiempo en funerarias, sentí cierta afinidad por la extrañeza de esos lugares, el proceso y el ritual”, reconoce. “A lo único que aspiraba era contar una buena historia, una historia con la que la gente pudiera conectar, con la que se identifique y diga: «Sé lo que se siente. Entiendo por qué hace eso. Me importa este personaje y lo que le sucede»”.
Muerte e identidad en A dos metros bajo tierra
En aquel año 2001, la cadena de cable empezaba a apostar por historias diferentes. Ya tenía en emisión Los Sorpano, Oz y Sexo en Nueva York y estaba a punto de lanzar The Wire. Tras presentar un primer guion, le dieron luz verde a la serie sobre los Fisher, esa familia disfuncional donde la vida y la muerte se entrelazaban sin remedio.
Alan Ball partió de sus propios demonios para escribir A dos metros bajo tierra. Toda su filmografía, especialmente esta serie, está fuertemente marcada por el trauma. Igual que su vida. "Cuando tenía 13 años, tuve un accidente de coche; mi hermana conducía y falleció. Sucedió justo delante de mí. Eso marcó un antes y un después en mi vida. Así que vivir con un trauma y lidiar con sus manifestaciones es algo que conozco muy bien”, recuerda con los ojos brillantes.
Las series de hoy no se podrían entender sin A dos metros bajo tierra. Rompió con los moldes y con las reglas. Sus personajes imperfectos, la disfuncionalidad, el punto de vista... o el tratamiento de algunos temas como la homosexualidad, en ese momento aún tabú en la ficción, con un personaje abiertamente gay que salía del armario en los primeros capítulos. “Empecé a escribir y a que mis obras se produjeran en una época en la que los personajes queer empezaban a ser más visibles. Y poco a poco, fueron adquiriendo mayor importancia. A medida que yo mismo procesaba mi propia identidad, los personajes queer fueron cobrando más protagonismo”, comenta sobre la diversidad en sus series.
Después de cinco temporadas, A dos metros bajo tierra se despidió con el que muchos dicen que es el mejor final de la televisión, demostrando que ya podría escribirse sobre cualquier tema, y que los espectadores ya estábamos preparados. “Estábamos en la sala de guionistas y buscábamos la forma de darle un final. Uno de los guionistas —ojalá recordara quién era, porque no fui yo— dijo: «Deberíamos matar a todos». Y nos reímos todos. De ahí surgió la idea”, desvela sobre el final.
Entre humanos y vampiros: un Estados Unidos roto
Tres años después de cerrar la funeraria de A dos metros bajo tierra, Alan Ball volvió a la muerte. True Blood fue su siguiente serie para HBO, una serie de vampiros en la América profunda, donde los monstruos son los diferentes, los marginados, y tienen sus propios partidos políticos. Una serie que todavía resuena por ese reflejo de una América más dividida que nunca, que rechaza al diferente.
La serie en la que conocimos a Alexander Skarsgård, era un festival de sangre, sexo y frivolidad, pero también una alegoría de la constante paranoia estadounidense hacia lo extranjero o diferente, hacia el consumismo y sus nefastas consecuencias. “La sociedad estadounidense está enferma”, sentencia el creador. “Nos bombardean con mensajes que nos dicen que nos sintamos mal con nosotros mismos para que compremos algún producto que nos haga sentir mejor. Es casi como si la cultura quisiera que nos sintiéramos mal y menospreciados con ese culto a las celebridades, esa obsesión con las Kardashian...”
La polarización que mostró en True Blood está en su máximo esplendor con la llegada de Tump a la Casa Blanca, algo que Ball considera “una pesadilla”. Para él, “es ridículo y absurdo, lo pienso y quiero reír y llorar al mismo tiempo. Creo que la derecha se está pasando de la raya, y espero que les salga el tiro por la culata, porque de lo contrario, no sé”, comenta con preocupación”.
En 2018 lanzó su última serie, Aquí y ahora, un retrato de una nueva familia burguesa americana, sin juzgarla, mostrando sus errores y su evolución. No cuajó y no consiguió la renovación. "Tras haber tenido dificultades para sacar adelante algún proyecto televisivo en los últimos cinco años, he decidido adaptar uno de ellos a novela”, dice, emocionado por un proyecto que, por fin, le está revitalizando creativamente. "Simplemente intento disfrutar del proceso creativo, que, gracias a Dios, por fin se está dando”, reconoce.
Mirando hacia atrás, Alan Ball se queda con el aprendizaje de “ser auténtico en un mundo cada vez más falso”, a “cultivar la compasión y combatir el odio hacia uno mismo”. Y mirando al futuro, solo tiene un deseo, que le incineren cuando muera, porque no quiere que le hagan esas cosas asquerosas que se le hacen a los cuerpos.




