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La isla de la libertad de Vicente Aleixandre

Durante el franquismo, Velintonia 3, casa del poeta del 27 y premio Nobel de Literatura, fue el sitio donde se podía hablar y pensar de lo que fuese

El viaje de ida | La isla de la libertad de Vicente Aleixandre

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"Fuimos a ver la casa y enseguida la historia nos dejó totalmente hechizados", cuenta el director del documental 'Velintonia 3', Javier Vila. El pasado domingo se cumplieron 41 años de la muerte del poeta y del cierre de una casa en la que vivió también más de cuatro décadas. Españolizó el nombre de la calle —antes Wellingtonia— e hizo de su hogar una fortaleza para el resto. De allí salió en contadas ocasiones y recibió a poetas, artistas, intelectuales y, sobre todo, a amigos. Pero antes de todo, está Málaga.

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"Si en Sevilla nacía la luz, en Málaga nació a la conciencia de la vida"

Vicente Aleixandre pasó su infancia y adolescencia en Málaga. "Comenzó sus estudios en el Instituto Educativo e Instructivo de Buenaventura Barranco y, claro, como Prados también vivía en calle Larios, los dos niños caminaban juntos hasta el centro escolar", recuerda José Antonio Mesa Toré, director del Centro Cultural Generación del 27 en Málaga.

"Pasé los primeros años allí, en aquella costa mediterránea, en aquella luz esplendorosa que tanto había de influir en mi poesía"

En la revista Litoral publica su primer poemario con el título Ámbito. "Es el número 6 de la colección de los suplementos, que eran 11 obras de poetas, en algunos casos, como el de Aleixandre, su primer libro. Gracias a esos suplementos empezó a conocerse la Generación del 27", cuenta Mesa Toré. "La luz, sobre todo la de Málaga, fue algo que quedó para siempre en su vida, esa claridad especial", explica el poeta y amigo Javier Lostalé.

La casa de Miraflores

Tanto le embrujó la luz de Málaga que la buscó también en Madrid, en la sierra de Miraflores. Por eso se compró una casa que tuviese una luz parecida a la de la Costa del Sol. Una casa que, al igual que Velintonia, fue abandonada tras su muerte.

Ardió, fue desvalijada y, con el tiempo, el artista Miguel Rius la recuperó. "Estaba quemada, llena de zarzas, hundida…", describe Rius, que asegura que desde el primer día estaba en su pensamiento "dejar una habitación y recuperar todo lo que pudiese de este hombre como un pequeño museo".

Ese verano lo pasaron "buscando tesoros" y pudieron rescatar "un retrato de su madre, una pequeña lamparita de cabecera de una cama y luego, enterrado ahí, con paciencia y poco a poco, nos apareció la cama, debajo de los escombros, y una mesita de noche que he restaurado", explica Rius.

La maldición de las casas de Vicente Aleixandre tras su muerte parece haber llegado a su fin. Velintonia 3, que se ha pasado los últimos 40 años cerrada, ha sido por fin recuperada por la Comunidad de Madrid tras la insistencia permanente de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre.

Ahora queda el polvo, el paso del tiempo y las huellas en las paredes: el reloj que siempre estaba ahí, el cuadro de John Ulbricht en la entrada con un primer plano del rostro de Vicente o la marca en los suelos hidráulicos donde estaba la cocina. Pero hubo un momento en el que Velintonia, Vicente, recibía con los brazos abiertos a quienes cruzaban la puerta.

Dentro de Velintonia

En su casa recibió a todas las grandes generaciones poéticas del siglo XX por una razón poderosa: una enfermedad que limitaba sus movimientos. Vicente llevaba una vida muy sedentaria porque "él era un enfermo oficial, siempre estaba enfermo", afirma el poeta Marcos Barnatán. Eso sí, Rosa Pereda, periodista y pareja de Barnatán, añade que "la idea de que estuviera encerrado era más bien por propia voluntad". "Prefería recibir en su salón que quedar en el café", recuerda Pereda.

“Por el azar de una grave enfermedad muy larga que padecía en mi juventud, yo, indeseado de escribir y obligado a un larguísimo reposo de años, tuve que empezar a escribir en la cama”

Si Vicente no iba a las reuniones de la Generación del 27, todos los poetas de la generación iban a Vicente. "En Velintonia Lorca leyó los Sonetos del amor oscuro, cuando ni siquiera todavía tenían título. O Altolaguirre, que tenía estas imprentas un poco portátiles con las que imprimían revistas. O Concha Méndez: hay textos contando reuniones en Velintonia, en casa de Aleixandre, en las que no se cabía, faltaban sillas…", enumera Vila. Por ahí pasaban todos.

Los dos ojitos derechos

Lo que ahora es la cocina fue el antiguo salón. Ahí había un piano de pared que a Lorca le gustaba tocar. “En el año 30, después de su gira americana, llega a Madrid y lo primero que hace es visitar Velintonia. Y en la dedicatoria que le escribe a Vicente Aleixandre ese año, en el libro Canciones, pone: ‘Por fin en Velintonia. Federico’. Eso resume bastante bien la significación que tenía esta casa ya dentro del 27”, cuenta Sanz. Pero había otro ojito derecho de Vicente Aleixandre en esa época, aunque no fuera estrictamente del 27: Miguel Hernández.

"Recibí un día una carta en que me decía: "Mire usted, estoy en Madrid, he visto en los escaparates de la librería su libro 'La destrucción o el amor', no tengo dinero para comprarlo y si usted me pudiera dar un ejemplar, yo se lo agradecería mucho". Y me acuerdo exactamente de la firma: Miguel Hernández, pastor de Orihuela"

Miguel Hernández fue el gran amigo de Vicente. Lostalé recuerda "una anécdota muy bonita": "Le traía sacos de naranjas, Miguel Hernández a Vicente Aleixandre, que estaba en la cama, y arrojaba las naranjas sobre la cama. Vicente decía que toda la habitación se llenaba de luz, como si fueran luceros".

Más allá de la anécdota, Lorca y Hernández no cuadraban mucho. Más por Lorca que por Hernández, que admiraba al granadino. Los del 27 eran urbanos y burgueses; Hernández, pobre y de campo.

"Esto fue en julio del 36. Federico García Lorca llama a Vicente Aleixandre y le dice que le gustaría pasarse por su casa para leerle su último drama, La casa de Bernarda Alba. Vicente le contesta que está con otros amigos, que está Pablo Neruda, que está Miguel Hernández… y cuando Federico escuchó el nombre de Miguel Hernández dijo que no, que si estaba Miguel, no, que lo echara. Vicente le dijo que cómo le iba a echar. Quedaron en hablar otro día. Ya no hubo otra ocasión", relata Sanz.

Lo que le robó la guerra

Era julio del 36, por eso no hubo otra ocasión. Lorca se fue a su pueblo y pasó lo que pasó. Luego le tocaría también a Hernández por querer volver a su pueblo. La cosa de volver. La guerra y la posguerra se llevaron a sus amigos y casi la casa de Velintonia. Tras la guerra, a Vicente lo intentaron callar.

"Cuando terminó la guerra, yo por mi ansiedad tan grave no pude marchar como los demás de mi generación y me quedé aquí. Entonces me quedé prácticamente solo"

Lorca fue asesinado, Hernández muere en la cárcel, la mayoría se exilia, y comienza el exilio interior de Vicente Aleixandre. Durante los primeros años podía publicar, pero no podía firmar con su nombre.

"Yo no pude vender mis libros, yo no pude publicar nada y yo no pude ser siquiera mencionado. Podían callarme, podían silenciarme, pero no podían destruirme"

El exilio interior

'Sombra del Paraíso' terminó sorteando la censura y, gracias a su amigo Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre ingresó en la Real Academia de la Lengua, convirtiéndose en un salvoconducto de alguien que nunca dejó de ser antifranquista.

Velintonia se convirtió en un faro para los exiliados y para la poesía hispanoamericana. Lostalé recuerda las palabras de Max Aub: "Mientras Vicente esté en Velintonia, nosotros nunca perderemos a España".

La isla de libertad

También fue un faro interior para las nuevas generaciones de poetas que peregrinaban a la casa. Se hablaba de todo: de poesía, de la evolución de la poesía española y de los poemas que los jóvenes llevaban para comentar. "Era de una generosidad infinita", señala el poeta Dionisio Cañas.

La "isla de libertad", como define Velintonia Sanz, era el lugar donde se podían decir "cosas que fuera no". "Venía gente de derechas, de izquierdas, de todas las preferencias sexuales… Era una isla total de libertad en una época gris", describe Cañas.

Poetas de la nueva generación, como Barnatán, podían llegar a esta fortaleza y ser recibidos por alguien que se centraba solo en ti. Maestro y alumno. "Escuchaba, aprendía y recibía siempre tumbado en un diván. Preguntaba: ‘¿Has traído algún poema?’. Formaba parte del ritual leerlo allí", recuerda Barnatán.

El poeta Guillermo Carnero recuerda cómo eran las visitas: "Era una persona muy atenta a los amores, desgracias y problemas de sus amigos. El segundo registro era preguntar a Vicente por su propia evolución y, en tercer lugar, la tarea pedagógica que asumía encantado".

Escuchaba y aprendía de los que iban a pedirle consejos sobre los poemas, y le gustaba que estas quedadas fuesen lo más íntimas posibles.

El poeta del amor

Sus puertas estaban abiertas a todo el mundo. No solo a poetas. A veces se reunían en el salón, pero también en el dormitorio. "El dormitorio fue un centro de creación y un espacio para la intimidad y para el amor", cuenta Sanz. "Vicente no era un monje: tuvo relaciones con mujeres, con hombres, tuvo relaciones plenas", sostiene el presidente de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre..

"El sentido del amor no era solo físico, iba mucho más allá", sostiene Lostalé. Su amigo recuerda que el amor "siempre ha sido el tema fundamental de toda su obra y de toda su vida". Lostalé afirma que "él decía que necesitaba estar amando constantemente. Decía que cuando no amaba tenía fiebre, y él amó todo".

Vicente era el autor del amor. Amaba indistintamente y con la misma intensidad con la que quería, era querido. Vicente era el autor del amor. No solo sentimentalmente, el amaba indistintamente. Y con la misma intensidad que el quería, era querido por los que le rodeaban. Aquí, y fuera de España.

Siempre, Vicente

Dionisio Cañas, poeta que vivió en Nueva York, recuerda cómo se hablaba de Vicente fuera del país: "Entre todos sus seguidores movíamos su obra también. En reuniones de intelectuales y escritores siempre se hablaba de él, y para bien. Era un nombre que siempre salía".

Algo se hablaría de él cuando le concedieron el Premio Nobel en 1977.

El Nobel

Cuando en la redacción de El País supieron que el Nobel sería para un poeta del 27, manejaron dos nombres: Jorge Guillén o Vicente Aleixandre. Decidieron hacer dos entrevistas. Días antes enviaron a José Miguel Ullán a entrevistar a Guillén y a Rosa Pereda a Aleixandre.

Pereda recuerda: "Si se lo daban a Guillén, publicábamos la de Ullán. Si se lo daban a Vicente, como así fue, publicábamos la mía y la otra abría el primer número del suplemento literario". Y así ocurrió. El País publicó la primera entrevista al nuevo Premio Nobel, una entrevista que se vendió en todo el mundo. "Incluso en chino", señala Pereda.

Su fortaleza, 40 años después

“He vivido en esta casa más de 50 años. Ha sido mi compañera de toda la vida.”

La energía de la casa, aun estando vacía, aun solo teniendo huellas y el irremediable paso del tiempo y una guerra civil, es abrumadora. "Aunque ahora las paredes estén vacías, quedan las huellas. Y aun estando vacía, sigue siendo profundamente evocadora", confiesa Sanz.

 

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