José Carlos Ruiz: "La madurez no consiste en renunciar a los ideales, sino en cambiar la forma de relacionarnos con ellos"
El filósofo propone cerrar 2025 con una pregunta incómoda: si hemos aprendido a acompasarnos con la realidad
Más Platón y menos WhatsApp: Filosofía y Madurez
Madrid
A medida que se acerca el final de año, proliferan las listas que ordenan 2025 en términos de éxitos culturales: los mejores libros, discos o películas. Frente a ese ejercicio externo, el filósofo José Carlos Ruiz plantea en La Ventana un balance más exigente: revisar si, como individuos y como sociedad, hemos madurado. Para hacerlo, advierte, primero hay que preguntarse qué entendemos realmente por madurez.
¿Qué es la madurez?
Para Ruiz, la madurez es una etapa vital en la que el horizonte de lo posible actúa como brújula. "Es el momento en el que aceptas que lo que eres puede vivir en paz con las deudas de lo que te propusiste ser", explica. A diferencia de la juventud, en la madurez se asume que el mundo no debe explicaciones y que la realidad es más resistente de lo que uno imaginó. Ese ajuste, señala, aquieta la ansiedad expansiva y permite centrar la energía en aquello que reporta bienestar real.
No es renuncia, es responsabilidad
Lejos de entender la madurez como una renuncia, el filósofo la define como un cambio en la relación con los ideales. En la juventud, estos se viven como absolutos y se espera que el mundo responda con coherencia. Con el tiempo, la experiencia revela una realidad más compleja y contradictoria. "El ideal maduro ya no promete recompensas", sostiene Ruiz, "exige responsabilidad". Lo que se pierde no es la convicción, sino la ingenuidad de creer que vivir conforme a ciertos valores garantiza éxito.
Del apetito de saber a la calma del aprendizaje
Ruiz reconoce que la juventud está marcada por un apetito de conocimiento casi ilimitado y por la sensación de que todo puede alcanzarse. Con la edad, ese impulso no desaparece, pero se transforma. "Descubres que también se puede aprender desde una configuración más relajada", apunta, en la que el saber no se persigue como conquista, sino como acompañamiento.
¿Educar para madurar?
La palabra "madura" suele utilizarse como reproche, pero Ruiz propone resignificarla. Si madurar es alcanzar el estado óptimo, como pasa con la fruta, entonces sí debería ser una aspiración educativa. "Educar es ayudar a que una persona encaje con éxito en la sociedad que habita", afirma. En la madurez se cohesionan la comprensión de uno mismo y la del mundo, lo que facilita la adaptación y el equilibrio entre deseo y placer. Es el momento, añade, en el que uno deja de actuar para los demás y se convierte en su propio evaluador.
Biología, edad y mandato social
Aunque el filósofo reconoce el peso de lo físico, concede igual o mayor importancia a los factores sociales y culturales. La edad biológica, sostiene, es uno de los datos que más condiciona la vida, porque la sociedad la utiliza como plantilla para definir identidades y comportamientos. Sin embargo, esa asignación no siempre coincide con la vivencia interior. "Puedes sentir un amor adolescente a los 50 o abrazar con entusiasmo juvenil una nueva afición tras jubilarte", ejemplifica Ruiz, subrayando la distancia entre ser joven y sentirse joven.
¿Por qué reivindicar la madurez?
Ruiz observa que la juventud se celebra a menudo por su falta de responsabilidad y su sensación de abundancia temporal. Pero esa intensidad, advierte, carece de la sabiduría que ofrecen la madurez y la vejez. A su juicio, la sociedad ha desdibujado el valor de la experiencia, convencida de que lo aprendido en el pasado no sirve para interpretar un presente acelerado e hiperconectado.
"Se ha debilitado la transmisión del legado entre generaciones. Al considerar irrelevantes los aprendizajes de padres y abuelos, se deja a los más jóvenes a la intemperie de lo digital". Frente a ese escenario, Ruiz reivindica la madurez no como una pérdida, sino como una forma más consciente y responsable de habitar el tiempo.