Maruja Torres reflexiona sobre la Nochebuena y se acuerda de los palestinos: "Sería el mejor milagro, hasta para los no creyentes"

Uno de los reportajes que más me disgustaba de cuantos me podían encargar durante mi vida como periodista volante era el típico y muy sobado que cualquier reportero que estuviera por la zona tenía que escribir forzosamente sobre cómo se celebra la Navidad en la ciudad cristiana de Belén, en la Cisjordania ocupada y hoy martirizada.

Ahora pienso que la mejor Nochebuena sería esa. Escribir sobre la rutina anual. Sin víctimas, sin verdugos, con los niños asesinados en toda Palestina devueltos a la vida, a un país libre y a una existencia digna. Eso sería el mejor milagro hasta para los no creyentes. Aquella paz, incluso precaria, tantas veces rota, la paz gota a gota de tiempos anteriores.

Me toca celebrar esta Nochebuena acudiendo al amor de amistades que comparten mis sentimientos y mi rabia. Eso es lo que hay. Y desear que bajar los brazos no quepa en ninguna alforja.

A pesar de todo. Lo que ha sido y lo que somos es. Lo que viene, veremos. Festejemos con quienes aún poseen conciencia y memoria. Y deseemos que aparezca en el horizonte el destello de una Nochebuena que no duela ni albergue incertidumbre.

Entre dos turrones, frío en las entrañas.