El tiempo

Barcelona

Muchos jóvenes de hoy celebrarán, en un 31 de diciembre aún lejano, la llegada del siglo XXII. Algunos de estos jóvenes de hoy dicen que los pensionistas viven demasiado bien. Ya en el siglo XXII, estos mismos futuros ancianos dirán probablemente que los jóvenes son unos vagos y unos consentidos. Lo que viene ocurriendo una y otra vez, una vida tras otra.

El tiempo tiene muchas desventajas. Nos arruga, nos atonta y finalmente nos mata. Según estemos cerca del principio o cerca del final, nos hace pensar de una forma o de otra. Ambas formas erróneas, no se hagan ilusiones: los años dan achaques, no sabiduría. Ahí tienen al emérito, por poner un ejemplo.

Los prejuicios se repiten, generación tras generación. Idealizamos el pasado. De ahí que los mayores sean tan propensos a afirmar que en su juventud había disciplina y se estudiaba en serio. Hay señoras y señores de edad que presumen de recordar aún la lista de los reyes godos. Eso, lo de Sisebuto y Chindasvinto, es algo que, sin duda, les habrá servido de mucho a lo largo de la vida.

Un prejuicio de los más extraños es el que relaciona cualquier avance tecnológico con algún tipo de catástrofe infantil. Esos niños del siglo pasado que se amorraban a la televisión, mientras sus padres temían que la pantalla les sorbiera el seso, soy hoy proyectos de carcamal convencidos de que tanto móvil y tantas redes echarán a perder a sus hijos.

Y no hablemos de la inteligencia artificial. Abundan las quejas sobre ella. Con la IA, dicen, ya no podremos distinguir lo verdadero de lo falso. Como si hiciera falta una tecnología novedosa para eso. Disculpen, pero la historia de la humanidad es como es porque las personas tenemos una rara facilidad para confundir lo verdadero con lo falso.

En fin, que cada época es tonta y hermosa a su manera.

Me llamo Enric González. Les deseo un próspero fin de semana. Y un feliz 2026.