Javier Baeza, el cura de barrio: "Señalar al pobre no soluciona nada"

Madrid

En Badalona, cerca de cuatrocientas personas que malvivían en el antiguo instituto B9 fueron desalojadas por decisión del Ayuntamiento, liderado por Xavier García Albiol (PP). No salieron: las echaron. Algunas parroquias intentaron acogerlas, pero la entrada fue bloqueada por protestas vecinales, dejándolas en la calle en pleno invierno. Más de un centenar de curas y asociaciones firmaron un manifiesto evangélico contra el desalojo, pero la escena quedó pronto amortiguada por el ruido político.

Javier Baeza, cura de barrio y testigo diario del desarraigo, lo nombra sin rodeos: la verdadera inseguridad —afirma— es que haya gente que no pueda acceder a una casa y se vea empujada a vivir en la calle. Mientras las ciudades se iluminan y discuten sobre belenes, hay una oscuridad persistente que no entra en el encuadre: personas que trabajan, cuerpos cansados que aprenden a dormir donde pueden. “No hay mafias en ese cansancio, ni invasiones en ese silencio”, subraya Baeza. Lo que hay, dice, es “una herida estructural: la vivienda que no llega y un derecho que siempre se aplaza”. Criminalizar al que cae es, en sus palabras, “una forma elegante de no mirar”.

Baeza insiste en que nadie abandona su hogar para delinquir, sino para sobrevivir. “Migrar es un acto de esperanza, aunque nazca del dolor”, repite desde su experiencia cotidiana en la parroquia, donde acoge a centenares de migrantes. Para él, la inmigración no es una amenaza, sino una necesidad para un país como España. “Cuando se ofrecen condiciones mínimas de dignidad, la gente responde, trabaja y sostiene”. Pero cuando una ciudad acepta que algunos duerman en la intemperie, advierte, “se vuelve más fría por dentro”. Y entonces, aunque brillen las luces, ya no es Navidad para nadie.