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Pasa un año viajando por Europa para encontrar dónde quería vivir: España sale bien parada pero no es su destino definitivo

En su búsqueda de un lugar que pudiera considerar su hogar, visitó muchas zonas europeas

Imagen de stock de una viajera / Hinterhaus Productions

Imagen de stock de una viajera

Hay personas que no encuentran su lugar ideal en el mundo. Las características de cada una son diferentes y, muchas veces, aunque llevemos bastante tiempo en un sitio no llegamos a sentirnos como en casa, por ello, si las responsabilidades lo permiten, hay quien deciden salir a encontrar aquel en el que se pueda echar raíces considerándolo un verdadero hogar. Esto fue lo que le pasó a Fleurine Tideman, periodista que contó su experiencia en Business Insider.

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Su contexto arroja muchas explicaciones de los motivos de sentirse tan desarraigada, y es que a los 18 años ya había vivido en cuatro países diferentes: Inglaterra, Kuwait, China y los Emiratos Árabes Unidos. Al alcanzar la mayoría de edad decidió ponerse manos a la obra para buscar su lugar en el mundo, así que se mudó a Países Bajos, pues sus padres son neerlandeses, y aunque nunca había vivido allí antes, quiso probar suerte, también motivada "por el atractivo de las tasas universitarias razonables".

Allí pasó casi 10 años, durante los cuales se sincera diciendo que ignoró la creciente inquietud que tenía en su interior, "no podía decir que fuera realmente feliz". "A finales de 2023, dejé mi apartamento, guardé mis pertenencias en el sótano de mi madre y decidí viajar por el mundo para encontrar mi nuevo hogar", explica en el artículo. Su búsqueda fue exitosa, pero tuvo que viajar mucho hasta dar con un emplazamiento ideal.

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Este lo encontró en el país en que nació, Inglaterra, pero no fue fácil acomodarse del todo. Pasó tres semanas cuidando perros en un pequeño pueblo de Bedfordshire y manifiesta que "su idílico paisaje me atraía, con largos paseos por el bosque, asados dominicales en el mismo pub y tardes de lectura en el jardín", pero aunque "anhelaba esta vida tranquila", se dio cuenta que aún no era el momento para ello. "Con mi trabajo aislante y mi soltería, encontrar a mi gente en un pueblo tan pequeño sería difícil". Probó entonces la otra cara de la moneda, Cambridge, que "es en esencia una ciudad estudiantil", pero tampoco le encajó.

Fue cuando su hermana le pidió que cuidara a su perro, así que marchó a Londres, donde estuvo un mes. "Asumí que la ciudad, cara, bulliciosa y abrumadoramente gris, no era para mí, por mis visitas cortas anteriores. Sin embargo, durante este viaje pude ver otra cara de Londres", pues descubrió sus grandes parques, su deslumbrante escena teatral y los acogedores cafés donde podía escribir cómodamente. "Como Londres es una ciudad densamente poblada, sentí que tenía la mejor oportunidad de encontrar mi tribu, algo que me había estado faltando en los últimos años", y es que este camino que acabó allí tiene un recorrido bastante largo de probaturas.

España, bien, pero no para ella

Durante su escrito, relata cómo se enamoró de Irlanda del Norte las dos semanas que pasó en Belfast, pero "sentía que faltaba algo y no encontraba suficiente variedad en la oferta gastronómica para satisfacer mis antojos". También probó en la isla griega de Kythira, aunque los lugareños le explicaron que fuera de temporada estival estaba bastante vacía, por lo que se dio cuenta "de que siempre estaría buscando esa sensación de vacaciones de verano". Esos fueron algunos de los lugares, pero su búsqueda comenzó en España.

"Mi primera parada fue Xàbia, España, un pueblo costero donde pasé cinco semanas cuidando a un labrador rojo en una impresionante casa con vista al océano", comentó Tideman, que experimentó "cómo sería vivir en un lugar donde pudiera pasar los fines de semana en la playa o haciendo senderismo". Asegura que le encantaba "estar en un lugar con mucho sol", no dijo nada negativo sobre él, pero lo terminó descartando por un tema muy personal, y es que no se sintió realmente como en casa durante el tiempo que estuvo allí.

Así, probó las mieles de nuestra geografía, esa que a tantos de sus compatriotas ha cautivado, de hecho, son muchos los británicos que deciden venir a nuestro país durante largas temporadas, comprarse una segunda vivienda, jubilarse aquí o probar suerte en un entorno mucho más asequible aunque cobren menos dinero que en sus lugares de origen, sin embargo, Fleurine terminó abrazando sus raíces y ahora, después de unos meses, está formando su comunidad, y aunque nunca pensó que podría ser feliz en un entorno tan ajetreado y urbano, afirma estar encantada de "crear mi pedazo de la ciudad y pienso seguir haciéndolo".

 

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