Una psicóloga clínica habla sin tapujos sobre la crianza: "El trabajo de un padre nunca es hacer feliz a su hijo"
Cuando un niño se siente triste, la reacción natural suele ser animarle

Padre e hijo frente al mar / ArtMarie

Cuando un niño se siente triste, frustrado o enfadado, el instinto natural de cualquier padre es animarlo cuanto antes. Pero esa reacción, por bienintencionada que sea, puede ser un error. Así lo advierte Becky Kennedy, psicóloga clínica de la Universidad de Columbia y madre de tres hijos, que asegura que tratar de suavizar cada obstáculo debilita la resiliencia emocional de los niños.
“El trabajo de un padre no es hacer feliz a su hijo todo el tiempo, sino mostrarle que es capaz de afrontar los momentos difíciles”, explica Kennedy, también presentadora del pódcast de crianza Good Inside.
La especialista recuerda que los niños aprenden equivocándose, frustrándose y enfrentándose a retos que no siempre logran resolver a la primera. Si los padres se limitan a borrar la incomodidad, impiden que sus hijos desarrollen confianza en sí mismos. “Aprender es caótico, implica caerse y levantarse. Si los adultos intervienen siempre, los privan de verse como aprendices resilientes”, añade.
Kennedy propone un enfoque empático pero firme. Ante un problema de matemáticas que desespere al niño, por ejemplo, los padres pueden decir: “Sí, es difícil, y se siente complicado porque lo es. Estoy aquí contigo, pero no lo voy a resolver por ti, porque sé que eres capaz de hacerlo”. Esa validación, unida al acompañamiento, fortalece la eficacia interna y la resiliencia, dos habilidades clave para la vida adulta.
La psicóloga del desarrollo Aliza Pressman coincide: cuando los niños entienden que los fracasos no son permanentes, se abre la puerta a futuros logros.
El cambio, admite Kennedy, no es fácil para quienes están acostumbrados a ceder ante lloriqueos o súplicas. Pero asegura que, con constancia, se nota rápido: los hijos empiezan a autorregularse con mayor calma y a depender menos del consuelo externo. Incluso su diálogo interno mejora. “Lo que les decimos a nuestros hijos acaba siendo lo que ellos se dicen a sí mismos. Si les repetimos que son capaces de afrontar cosas complicadas, un día se escucharán diciéndoselo a sí mismos”, concluye.




