Su hijo era "el que estorba" entre los niños hasta que los padres oyeron hablar de las altas capacidades
Una periplo de varios años en los que no sabían qué le estaba ocurriendo

Imagen de archivo de niños con altas capacidades / pinstock

Los niños con alta capacidades no tienen una vida tan fácil como cabría esperar de un don tan extraordinario del que solo puede presumir un 2% de la población, sino que tienen verdaderas dificultades para adaptarse a lo cotidiano, sobre todo cuando son pequeños. Sobresalir puede hacer que se queden atrás por un motivo de no encaje en su entorno, con el resto de chicos, hasta sentirse aislados por completo al no llegar a conectar.
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Este es el caso de Aske, un niño danés del que han escrito en Nyheder desde que TvSyd siguiera a esa familia y a otras dos más que tienen en común que sus hijos tienen un coeficiente intelectual superior a 130, en el marco del programa 'Somos superdotados', donde los padres de estos tres núcleos estaban desesperados por saber por qué sus hijos no lograban prosperar. En el medio se centran en la historia de Aske, que en un primer momento no mostró síntomas claros de altas capacidades, comportándose más o menos como cualquier otro niño.
Si bien, sí detectaron que se comportaba con demasiada fuerza con los demás niños y controlaba el juego en el patio, lo que hizo que se ganara algo de mala fama en el colegio y algunos conflictos. "Tenía curiosidad, pero acabó ganándose la reputación de ser 'el que estorbaba'. Cuando recibí tantos mensajes diciendo que había hecho algo mal, me entristecí", comentaba Mie Skrædderdal, que junto a Roland Skov, padres de Aske, participaron en un curso en el Centro para el TDAH con el objetivo de fomentar el bienestar en hogares con conflictos, donde salió por primera vez el tema de si podría ser superdotado.
Pero ellos eran un poco escépticos porque no habían visto ninguna habilidad evidente que denotara esto, aunque echando la vista atrás, Skrædderdal dice que sí que las había. Mie y Roland vieron que el niño era extremadamente curioso, ágil e independiente, que cantaba con claridad a los tres años y poseía una comprensión espacial excepcional, una memoria potente y un excelente sentido de la ubicación. Grandes habilidades, pero también con desventajas, pues tenía una imaginación desbordante, una necesidad de precisión y una visión intensa del mundo, lo que dificultaba su vida cotidiana.
Problemas en el colegio
Al principio todo iba bien, pero en primer y segundo grado las cosas cambiaron, con sus compañeros distanciándose totalmente de él. "Odiaba hacer tareas. No era porque fuera difícil, simplemente no quería. Podríamos pasar una hora ayudándolo a empezar una tarea que le tomaba siete minutos hacer", comenta Skrædderdal. Mientras tanto, el niño se sentía intimidado en la escuela y aunque intentaba imitar el comportamiento de sus compañeros para encajar, no funcionaba. Sus padres tuvieron que pedir ayuda.
"En las reuniones de padres y maestros de la clase, les pedimos a los demás padres que hablaran positivamente de Aske, y nos encontramos con mucha buena disposición. Pero no fue suficiente", comenta Mie, porque poco después empezó a tener implicaciones físicas, teniendo dolores de cabeza y de estómago, y llegando a fingir vómitos con avena y agua para no ir a clase: "Estaba claro que no estaba contento y su comportamiento era un grito de ayuda". Y todo se desmadró en tercer grado, cuando se negó a acudir a la escuela por completo, teniendo que quedarse con él sus progenitores hasta el punto de que su padre perdió su trabajo.
Desperados y tras escuchar a expertos y algunas organizaciones, Mie Skrædderdal y Roland Skov decidieron pagar una prueba privada de WISC, una de inteligencia dirigida a niños. Los resultados fueron claros, coeficiente intelectual total superior a 130, lo que lo convierte en un alumno altamente dotado. Fue cuando lo cambiaron de colegio. Aunque a regañadientes, Aske empezó a ir al Inge Lehmann de Taps, cerca de Kolding, y para su sorpresa, llegó a casa con ganas de volver desde el primer día de clase. "Fue conmovedor y el cambio es abrumador", reconocía Skrædderdal.
Desde entonces, Aske hizo amigos, empezó a hacer actividades y va a la escuela feliz. En la actualidad, tiene 11 años y su familia se siente aliviada, pero afectada por la experiencia, porque tienen la sensación de que no le hicieron demasiado caso desde el principio. Es por ello que lanzan un consejo para otros padres después de lo que han vivido con su hijo: "Escuchen a sus hijos. Escúchenlos de verdad. Y permítanles ser curiosos y encuentren a alguien a quien admirar".




