Le pregunta a 40 baby boomers qué es lo que más lamentan de su vida y se repiten estas tres respuestas
Las personas entrevistadas tenían entre 60 y 70 años
Grupo de mujeres mayores sentadas en un banco en una calle / Jose A. Bernat Bacete
Cuando un investigador comenzó a preguntar a personas de sesenta y setenta años por sus mayores arrepentimientos, esperaba una lista muy variada: carreras que nunca siguieron, viajes soñados que no hicieron o relaciones que se rompieron en el camino. Sin embargo, lo que encontró fue sorprendente: en más de cuarenta conversaciones, los mismos tres temas aparecieron una y otra vez.
Lo más llamativo es que ninguno de esos arrepentimientos tenía que ver con posesiones materiales, logros ostentosos o errores financieros. Eran asuntos más profundos, relacionados con lo humano y lo cotidiano, esos detalles que moldean en silencio la calidad de vida.
No haber priorizado a las personas
Casi todos los entrevistados coincidieron en esto. Algunos lamentaban haber trabajado demasiadas horas mientras sus hijos crecían. Otros recordaban amistades que dejaron de lado porque estaban “demasiado ocupados”. Hubo quienes mencionaron a padres que fallecieron antes de que pudieran decirles lo que sentían.
No era falta de cariño, sino ruido vital: fechas límite, facturas y obligaciones parecían urgentes en su momento. Solo después comprendieron lo efímeros que eran esos instantes.
Una mujer relató que aún guarda la imagen de su hija en una obra escolar: “Miró al público y no me encontró. Pensé que hacía lo correcto al terminar un proyecto importante en el trabajo, pero daría lo que fuera por haber estado en ese asiento”.
Los psicólogos lo han dicho durante décadas: las relaciones son uno de los mayores predictores de la felicidad. El investigador de Harvard Robert Waldinger lo resumió en una frase: «El mensaje más claro del estudio de 75 años es este: las buenas relaciones nos mantienen más felices y saludables».
Los baby boomers confirmaron esa verdad. Lo que echaban de menos no eran objetos, sino las cenas perdidas, los cumpleaños sustituidos por una llamada rápida o las conversaciones sencillas que nunca sucedieron.
Haber dejado que el miedo marcara el camino
El segundo arrepentimiento fue igualmente recurrente: el miedo a arriesgarse.
Un hombre confesó que permaneció 35 años en el mismo empleo porque era “seguro”, aunque siempre soñó con emprender. Una mujer admitió que deseaba mudarse al extranjero, pero nunca lo hizo por temor a no adaptarse. Otra reveló que soportó un matrimonio infeliz durante décadas por miedo a la soledad.
Estos miedos eran comprensibles, pero, con el tiempo, se transformaron en una jaula. “A los setenta, pudieron ver que los barrotes no eran tan fuertes como parecían”.
Un profesor jubilado lo expresó con crudeza: «No dejaba de pensar: ¿y si fracaso? Pero ahora me doy cuenta de que el verdadero fracaso fue no haberlo intentado. El fracaso al menos te enseña algo. El arrepentimiento solo te agobia».
El escritor Rudá Iandê lo había anticipado en Riendo ante el caos: «El miedo solo tiene tanto poder como la importancia que le des». Muchos lamentaron no haber aprendido esa lección antes.
Lo más repetido era claro: no se arrepentían de los intentos fallidos, sino de aquello que nunca se atrevieron a hacer.
No haber cuidado la salud
El tercer arrepentimiento estaba vinculado al cuerpo y la mente. Casi todos admitieron que, en su juventud, apenas pensaban en la salud. Trabajaban demasiado, fumaban, bebían o confiaban en que su organismo siempre se recuperaría.
En retrospectiva, deseaban haber hecho lo “aburrido” pero esencial: dormir más, acudir a revisiones médicas, caminar a diario, comer equilibrado.
Una mujer recordaba con ironía: “Solía bromear con que vivía a base de café y adrenalina. Hoy desearía haber considerado el descanso una prioridad en lugar de una debilidad”.
La salud mental tampoco se escapó: varios dijeron haber ignorado la depresión o la ansiedad en lugar de pedir ayuda. “Si hubiera ido a terapia a los treinta, podría haberme ahorrado décadas de sufrimiento innecesario”, reconoció un hombre.
Los expertos lo confirman: según los CDC, muchas de las enfermedades crónicas más comunes —cardiopatías, diabetes tipo 2 e incluso ciertos cánceres— están profundamente ligadas al estilo de vida.
Tres verdades sencillas, pero no fáciles
Lo fascinante fue la unanimidad en las respuestas, independientemente de si eran maestros, empresarios, padres de familia o personas que nunca salieron de su ciudad natal.
Los tres arrepentimientos se resumían en tres verdades:
- “La gente importa más que la productividad”.
- “El miedo es un ladrón si dejas que controle tu vida”.
- “La salud es un juego a largo plazo, no algo que se arregla al final”.
En conclusión, no son lecciones espectaculares, sino simples. Pero, como recordaban los entrevistados, “sencillo no significa fácil”.
El arrepentimiento, en última instancia, se convierte en una segunda oportunidad: muestra dónde se ignoró lo evidente y ofrece la posibilidad de corregirlo mientras aún queda tiempo.