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''Astral Weeks", un Van Morrison en apuros

Aquel 1968 fue un año complicado para un Van Morrison que en agosto cumplía los veintitrés años. Primero vivió la muerte de Bert Berns, dueño de la disquera que había publicado su primer disco y con el que había tenido tensiones creativas. Además se encontraba a un océano de su casa y había contraído un temprano matrimonio para evitar que la viuda de su ex jefe le expulsara del país después de denunciarle ante Inmigración.

Con todo eso y una libreta llena de notas se presentaba en Nueva York el 25 de septiembre, para la primera de las tres sesiones en la que se grabaría su próximo disco (sólo se usó material de dos de ellas). Y toda esa tensión, esos cambios y esa distancia de su hogar, explotó en un torrente creativo y en un ambiente sensitivo especial.

“Astral Week” es un disco diferente creado por un adolescente y en el que domina una voz arrolladora que baila por el jazz con soltura. La guitarra acústica en un segundo plano, y el saxo sensual en la distancia, crean la atmósfera oscura e íntima que marca el disco. Ocho cortes bien pensados y arrolladores. Canciones que reflexionan sobre el amor, los caminos de la vida y los recuerdos del pasado. Con un léxico y un lenguaje propio Morrison se encumbraba con una figura prometedora.

El disco comienza con “Astral Week”, una guitarra que arranca seguida de un voz potente, luego la instrumentación tras él. Una canción hermosa y alegre que pinta recuerdos con acordes en la que Morrison ya seduce, eriza los pelos y demuestra su dominio vocal terminando la canción con un espectacular juego de susurros.

“Beside you” se presenta nostálgica, con la guitarra más flamenca y lejana, las imágenes más grises en una voz más domada y convulsa que se enfrenta a sí misma en un dueto de estribillo final.

“Sweet thing” retoma la línea más propia de un recién casado. La guitarra recupera el ritmo y la voz de Morrison la alegría. Esa dirección se mantiene en “Cyprus Avenue”, la nostalgia de la distancia sin tonos de añoranza. La batería impone un nuevo ritmo en “The way lovers do”, el saxo se contagia y la canción explota contundente.

La tranquilidad regresa en “Madame George” donde los instrumentos vuelven a ceder el protagonismo a la voz de Van que doma y domina un universo de postales antiguas. Línea que sigue “Ballerina”, y que se rompe con la canción que cierra el disco. “Slim Slow Slider”, donde se vuelve a demostrar que Van Morrison tiene un talento especial. La guitarra baila con la voz, despacio, sin prisas, como una mañana soleada de domingo, pero el amor al que cantan las canciones anteriores “se aleja, se va, se muere”. Y de pronto se hace el silencio, un brusco final que en aquel 1968 dejaba el disco girando en el plato y las emociones flotando ante la ausencia del sonido y el final de cuarenta y cinco minutos mágicos.

El disco se volvió a grabar en directo en 2009 bajo el nombre "Life at Hollywood Bowl"

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