La historia del hombre que inventó las gulas
Sucedió en el País Vasco en los años setenta. El joven Álvaro Azpeitia ingresaba en una pequeña empresa familiar dedicada a la comercialización de angulas. Un viaje hasta Estados Unidos marcó el inicio de una peripecia novelesca en busca de una utopía: la creación de una angula sintética elaborada a base de pescado. He aquí la historia del hombre que inventó las gulas.
Todo comenzó en Aginaga, Guipúzcoa. El prestigio esta pequeña localidad con no más de un centenar de habitantes se basaba en que se encontraba en el punto justo donde los alevines de angula alcanzaban su forma cilíndrica perfecta, su momento exacto de maduración. Las angulas de Aginaga rozaban casi la perfección.
Este sector atravesaba entonces una situación delicada, con el paso de los años los caladeros de Aginaga se fueron agotando, la contaminación y la pesca sin control hicieron que la anguila empezara a ser una especie amenazada. Cuando el sector se encontraba en crisis Álvaro Azpeitia ya había tomado las riendas de Angulas Aguinaga, S.A. En 1986, en medio del caos, sucedió lo inesperado, nuestro protagonista recibió una carta desde Texas en la que les concedían el Premio Gold Star de Reconocimiento a la Eficiencia. Aquel premio no era cualquier cosa, había sido instituido nada menos que por el Consejo Económico Mundial. Entre los galardonados con la Estrella de Oro figuran importantes matemáticos, físicos moleculares, ingenieros... y en aquel 1986 habían elegido a un angulero de Aginaga llamado Álvaro Azpeitia.
Aquel premio cambió el rumbo de su historia. Estando en Texas para recogerlo se enteró de que una empresa japonesa había descubierto una máquina y un método capaces de transformar desechos de pescado en un sucedáneo de marisco: surimi. Álvaro vio la luz, en aquel país había encontrado la solución a su empresa, el surimi era la clave, sólo había que conseguir llevar esta máquina a España. Ahí arranca todo un periplo empresarial en el que la tenacidad y la inventiva son los protagonistas principales.
Después de varios viajes a Japón y viendo que aquella idea no progresaba Álvaro concibió otra. Una buena parte de las angulas que exportaban a Tokio llegaban muertas (70%) y, al fin y al cabo, esa angula muerta era la que más se vendía en el País Vasco. ¿Sería posible comprar toda la que llegara muerta nada más aterrizar en Tokio, cocerla, congelarla y llevársela de regreso a San Sebastián para revenderla como angula blanca? Esta idea fue la piedra angular de su negocio. Poco tiempo después Azpeitia llegaba a un acuerdo con una empresa japonesa, Nichirei Corporation, para levantar una planta de surimi en España.
Fue en junio de 1990 cuando se consiguió una angula de surimi perfecta, la "oveja Dolly de las angulas". En apariencia aquello no era más que un fideo de pescado congelado pero en su composición se incluían más de 20 ingredientes: harina de trigo, proteína de soja, tinta de sepia, extracto de almeja y una síntesis perfecta de proteínas y aceites vegetales. Todo un prodigio de las nuevas tecnologías aplicadas al mundo de los alimentos. Conseguido el reto, Angulas Aguinaga se refundó en ese año. Las gulas por fin iban a salir al mercado.
A partir de ahí la progresión del nuevo producto fue exponencial, la locura de la gula se expandió por todo el País Vasco. La Gula del Norte tuvo una respuesta explosiva, en apenas siete días se agotaron por completo las existencias de 50.000 kilos de angulas de surimi que habían puesto en el mercado. Su sueño se había hecho realidad.
Si quieres saber más acerca de la historia del hombre que inventó las gulas no te pierdas el libro "La increíble historia de la gula", de Álvaro Bermejo (Editorial NEREA, 2011), una emocionante historia sobre el milagro empresarial de Álvaro Azpeitia.