Las críticas de 'La Script': Una semana de terror psicológico y virus globales
La mirada inquisitiva de un portero siempre tiene algo de inquietante. Es el hombre que puede vigilar impunemente y convertirse en aterrador y silencioso enemigo. Balagueró ha elegido al siempre efectivo Luis Tosar como el lobo feroz para atormentar a la feliz vecina que interpreta Marta Etura. Mientras duermes es un thriller luminoso con una relojería impecable y dosis perfectas de angustia dirigida por un maestro del género.
El gran manipulador que es Balagueró inquieta al espectador acertadamente, sin embargo su villano no tiene alma. No es suficiente poner en su boca un discurso que explique su infelicidad. Queremos entender, sentir el porqué de su maldad. Y eso no ocurre. Tosar tortura cobardemente a sus víctimas (pequeñas y mezquinas agresiones, algunas; brutales, otras) sin embargo, no hay viaje al interior del personaje. Es un malvado a golpe de guión, sin los matices que entretejían al brutal Malamadre de Celda 211 o al maltratador de Te doy mis ojos. Por eso, Mientras duermes se limita a ser una pieza de terror bien construido, que se disfruta mucho mientras se ve, pero que se olvida fácilmente.
El cine inglés tiene pocos directores que sepan mirar con acierto a la gente normal y corriente, esas personas que jamás aparecerían en una película con tufo aristocrático. Ken Loach se decanta por historias sociales con reprobación política incluida, y Mike Leigh se ha especializado en el retrato realista del dolor y las alegrías humanas, sin lecciones ni moralejas añadidas.
No es Leigh un director de masas, pero sí uno de los cineastas más admirados por sus colegas americanos: ha sido candidato siete veces a los Oscar por sus guiones o dirección de sus últimos trabajos: Another Year (2010), Happy, una historia sobre la felicidad (2008), El Secreto de Vera Drake (2004), Topsy –Turvy (1999) y Secretos y mentiras (1996). No ha ganado nunca.
Another Year no cuenta nada más que un año en la vida de un matrimonio inglés de clase media, interpretado magistralmente por Jim Broadbent y Ruth Sheen. Por su casa pasan sus hijos y sus amigos. En el fondo, se ventila el tema de la caprichosa felicidad que injustamente evita a algunos y se queda con otros. Reproches velados, envidias pueriles, resacas incómodas y verdades molestas habitan esta película que respira verdad por los cuatro costados.
Steven Soderbergh es ahora un consagrado director de 48 años que fantasea con la posibilidad de tomarse un año sabático: “Es menos dramático de lo que parece. Sólo digo que me gustaría parar un poco”, dijo en el pasado Festival de Venecia cuando presentó Contagio, con aire cansado y tedioso.
¿Qué virus ha cogido Soderbergh? A juzgar por el resultado de Contagio, padece un aburrimiento letal. Nadie discute que es realizador con mucho talento y oficio, pero hace tiempo ya que ha perdido la pasión que derrochó en películas Traffic (2000) o Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989).
En Contagio, un virus muy parecido al de la gripe aviar se expande a toda velocidad por el mundo dejando muertos e histeria por doquier. Es una película rebosante de profesionalidad, rigor, ritmo y realismo, y sin embargo no tiene personalidad.
Soderbergh utiliza su poder en Hollywood para fichar a estrellas como Kate Winslet y Gwyneth Paltrow; las maquilla como zombies y les hace escupir espumarajos por la boca. Ellas obedecen sin rechistar. Jude Law, Marion Cottillard y Matt Damon cumplen órdenes e interpretan a un locutor charlatán, una científica con el ceño fruncido y un padre coraje. Todo correcto, pero nadie en esta historia se cree la historia que se está contando. Los actores llegan, dicen su texto, salen de plano, cobran su cheque y adiós. Como son buenos actores, su trabajo es impecable pero frío. Contagio no deja de ser una película de desastres con grandes nombres y con un exceso de solemnidad. La escena de la autopsia de una megaestrella es el único momento de carcajada que se permite este director, que ha hecho una película de encargo sin ningún entusiasmo.
Anne Hathaway se está trabajando a fondo (y consiguiendo) el trono que ha dejado vacante Julia Roberts. Tiene vis cómica, una sonrisa casi tan inmensa como la de Pretty Woman y hay que reconocer - con permiso de Julianne Moore y Meryl Streep - que llora con demoledora maestría. Hathaway es la gran baza de One Day (Siempre el mismo día), un inexplicable bajonazo de la danesa Lone Scherfig, la directora de An Education (2009) e Italiano para principiantes (2000), que ha adaptado el superventas de David Nicholls, en el que cuenta 20 años de relación – desde 1988 a la actualidad- de amistad /amor de la pareja formada por Hathaway y el actor británico Jim Sturgess (Across the Universe, 2007).
Son dos décadas de encuentros y desencuentros que se detienen siempre el 15 de julio. Es un recurso que permite jugar con la moda: hombreras desmadradas, gafotas, pantalones de pinzas e incluso, Scherfig se marca un exceso increíble al ¡ponerle una combinación de abuela a una universitaria del año 88! El recurso tiene su gracia, pero se agota pronto, y esas 20 paradas obligadas se convierten en el día de la Marmota. Como espectador, te queda claro que la relación no funciona al principio y que él es un pijo yonqui. Cuando llega el acelerón romántico final, ya resuenan ronquidos en la sala de cine.
Lone Scherfig ha perdido en One Day la inteligente tensión emotiva de sus anteriores películas, y ha caído en la tediosa narración (el guión es del novelista David Nicholls) de una historia amor estirada hasta la agonía. El talento y la tenacidad de Anne Hathaway, que despliega todas las emociones posibles en su rostro, salvan un relamido argumento del derrumbe total. Esta actriz ya ha demostrado que es capaz de trabajar en situaciones realmente adversas. No hay más que recordar la pasada ceremonia de los Oscar, donde tuvo que sacarle las castañas del fuego a su compañero James Franco (¿estaba ido, tuiteando, intoxicado?). A ella le sobra talento, pero al igual que a su personaje en One Day, tiene mala suerte con los hombres (que le eligen como compañeros de reparto).
Todavía faltan varias semanas para que veamos la nueva entrega de la saga 'Crepúsculo', pero este fin de semana los fans más enfervorecidos de las historias vampíricas podrán disfrutar de uno de los protagonistas en pantalla grande. Taylor Lautner -el hombre lobo Jacob en 'Crepúsculo'- es el principal reclamo de 'Sin salida', una historia de acción y espionaje hecha prácticamente a su medida. Casi no hay un plano en el que no se le vea contento o preocupado, seco o mojado, corriendo o durmiendo. Es una de esas cintas que preparan a un actor para ser conocido por el gran público, y en la que aparece rodeado por nombres como los de Sigourney Weaver o Michael Nyqvist [el protagonista de la primera adaptación al cine de la primera saga 'Millenium'].
'Sin salida' cuenta las peripecias de Nathan, un adolescente que descubre a través de Internet que fue adoptado. En ese momento comienza su alocada huida de unos hombres misteriosos, que matan a sus padres adoptivos y quieren darle caza... no se sabe muy bien por qué razón. La película está dirigida a un público adolescente, pero no a cualquiera: a un público adolescente que le dé toda la importancia a ver al señor Lautner en pantalla... y ninguna a que la película tenga una trama incoherente.
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