Las críticas de 'La Script'. Lars von Trier y su retrato chic del dolor
Pocos directores son capaces de rodar con tanta fuerza el dolor humano. El danés Lars von Trier es un virtuoso retratista del quebranto femenino, que con los años ha ido envolviendo en ropajes cada vez más sofisticados.
Con 'Melancolía' riza el rizo. El escenario es una mansión aislada. En el día de su (hiperpija) boda, la inestable Justine (Kirsten Dunst) arruina el momento a todos aquellos a los que quiere. Su principal víctima es su hermana, que interpreta Charlotte Gainsbourg, que se mete en la piel de una mujer compungida y entregada a la causa de la familia. Otra vez, Trier enfoca a las mujeres en actitud sufriente: una, dominada por la caprichosa depresión; la otra, aplastada por el amor. Y de fondo, un satélite descontrolado, llamado Melancolía, amenaza con destruir la Tierra.
Cada vez más aislado en una burbuja de enfermiza autocomplacencia, Lars von Trier asegura que ha plasmado en el personaje de Dunst la depresión que él mismo ha padecido. Sin duda, hay verdad en su retrato, y la interpretación de Kirsten Dunst se mereció el premio de mejor actriz que recibió en pasado festival de Cannes. Sin embargo, dentro de esa misma autenticidad supura una altiva pose de quien se cree centro del mundo. Su retrato del sufrimiento no camina hacia lo universal, sino hacia la íntima pataleta de dos pijas que creen que sufren más (y mejor) que los demás. Dos hermanas que están aisladas en un palacio físico y mental. Las dos, borrachas de su propia egolatría, se enfrentan al fin del mundo con pomposidad y sensiblería. Quizá sea el signo de los nuevos tiempos y de las nuevas elites artísticas, que nos vomitan su glamorosa infelicidad. A la brillante directora que fue Sofia Coppola le está pasando algo parecido. Tristemente, tanto ella como Lars Von Trier desperdician últimamente su talento en diminutas historias sin trascendencia.
Qué daño hace el ego a los grandes directores. Nanni Moretti tiene un ingenio tan inmenso como un 'Yo' descomunal. Su omnipresencia en esta película aborta lo que podía haber sido una comedia redonda, sobre el peso insoportable de las responsabilidades papales.
'Habemus Papam' tiene un arranque magnífico. Empieza con los nervios que pasan los cardenales encerrados en Capilla Sixtina en las sucesivas votaciones para elegir al nuevo Papa. Entre tan piadosa compañía surgen puyas, contubernios. De repente, aparece Michel Piccoli, un cardenal que -entre despistado e ingenuo-, se encuentra con la descomunal responsabilidad de ser elegido Papa. A su pesar.
Moretti entra en escena y atraganta al espectador con su presencia como psiquiatra del pontífice. La historia da un frenazo, y lo que ha sido hasta ese momento un despegue brutal de una historia entre inventada y posible, se convierte en el aterrizaje forzoso de un argumento que encuentra un final digno.
Naturalmente el Vaticano no abrió las puertas a este progre oficial para hacer una película que les sonaba a burla. Aunque Moretti ha dicho por activa y pasiva, que no es tanto una crítica al Vaticano como una reflexión de la fragilidad humana. Da igual. Los tejemanejes de la Santa Sede se retratan con retranca y agudeza, y es una pena que al director, guionista y director se le haya escapado una historia tan jugosa.
Otro de los placeres de 'Habemus Papam' es la sutil interpretación de Michel Piccoli, que desde principio a fin borda su papel de mortal atribulado. Lamentablemente, el guión no ha estado a la altura de este genial actor.
La comedia no tiene término medio. Funciona o no funciona. El problema de 'Un Golpe de Altura' es que se queda en tierra de nadie demasiadas veces. Aspira a ser ácida, pero no se atreve. Quiere ser irreverente y resulta blanda. Tampoco hay emoción, ni un final que se salga del carril.
Un grupo de empleados de un lujoso edificio de la Quinta Avenida de Nueva York planea un robo justiciero contra un financiero (Alan Alda) que les ha timado todos sus ahorros. Esta banda de ladrones chapuceros está liderada por Ben Stiller, seguido por Eddie Murphy, Casey Affleck y Matthew Brotherick. No es precisamente el 'Rufufú' de Monicelli, ni tampoco tiene el encanto chulesco de Ocean´s Eleven. Lo único que resulta novedoso es que desde el corazón de Hollywood se proponga robarle la caja fuerte a los tiburones de Wall Street.
Dirige Brett Ratner ('El dinero es lo primero', 'Hora Punta', 'El Dragón Rojo') y produce Eddie Murphy que lleva 5 años detrás de la idea de reunir a un grupo de cómicos que interpreten a personajes con mala suerte. Todo resulta artificial en esta película donde abunda el bótox y destacan las caras estiradas de Murphy y Ben Stiller. Parece que se han librado del bisturí Téa Leoni y Alan Alda. Poco más que comentar.
'Verbo' es el primer largometraje de Eduardo Chapero-Jackson, el director que tanto ha brillado con sus cortos ('Contracuerpo', 'The End', 'Alumbramiento'). Debuta con la historia de una niña de 15 años (Alba García) que intuye que hay un mundo paralelo lleno de poesía, rap y héroes a lo 'Matrix' (Miguel Ángel Silvestre, Verónica Echegui, Macarena Gómez).
Con estética animé, Chapero-Jackson lanza un discurso adolescente sobre la soledad, la incomunicación y reivindica la búsqueda del propio destino. Todo ello enmarañado con ritmos de rapero libertario, idealismo del Quijote y denuncia de la fealdad urbanística que ha creado la burbuja inmobiliaria. Si sus cortos eran un buen ejercicio de síntesis, en el formato largo Chapero-Jackson se pierde en un galimatías idealista que resulta más que una obra de madurez, un trabajo de vocación escolar.
El director de 'Mi Pie izquierdo' (1989), 'En el Nombre del Padre' (1993) y 'En América' (2002) ha perpetrado 'Detrás de las paredes', una película de terror que sólo se justifica por razones económicas. Se trata de una película de encargo en la que Sheridan pintaba muy poco. De hecho sus broncas con la productora de 'Morgan's Creek' durante el rodaje y por los absurdos giros de guión, llegaron a tal punto que Sheridan se negó a hacer entrevistas de prensa.
El comienzo promete: un feliz matrimonio formado por Daniel Craig y Rachel Weisz empiezan a notar extrañas presencias en su nueva casa. A los 30 minutos de metraje, el argumento da un giro absurdo e incomprensible que se extiende hasta el final. Sheridan insistió en rodar de nuevo escenas alternativas, ya que las proyecciones de prueba con público dieron pésimos resultados. Finalmente la productora montó la película a su gusto, dejando un desaguisado patético.
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