11-S: Estados Unidos diez años después
He releído el final de "Por cuatro duros", el libro sobre trabajadoras mal pagados que Barbara Ehrenreich escribió hace diez años. Lo he releído recordando el párrafo en el que escribe "un día los hombres y mujeres que trabajan por cuatro duros, sin posibilidad de mejorar su estatus social y laboral, se cansarán de recibir tan poco por lo mucho que dan y exigirán se les pague como merecen. Cuando llegue ese día se desatará la ira, habrá huelgas y se quebrará el orden establecido".
Barbaba Ehrenreich dio una conferencia en Barcelona, cerrando en el Centro de Cultura Contemporánea el ciclo "11-S, el mundo diez años después". ¿Sigue mostrándose crítica?
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Mucho. Explicó que el 2001 ya vivía en Estados Unidos un 30% de familias que no llegaban a fin de mes pero las señales de la crisis, que también se daban en el resto del mundo, fueron ocultadas por el atentado a las torres gemelas. No se podía hablar de pobreza, nadie protestó por la pérdida de libertades, fue vetada la ironía. El 11-S desató en Estados Unidos una ola de histeria, de patriotismo que llevó a poner la bandera en todas partes, incluso en bragas y calzoncillos. Proliferó la frase todos somos iguales, todos unidos. Ha sido una falacia. Tras el 11-S, que se juntó con la crisis, los ricos han salido del trauma como súper ricos, las clases medias se han empobrecidos y los pobres son hoy súper pobres.
¿Cómo se visualiza esa pobreza en Estados Unidos?
Hay quien ha perdido su piso al no poder pagar la hipoteca por quedarse sin trabajo. Hay familias que viven hacinadas en una habitación de motel o duermen en los cochos. Han aumentado los suicidios. Hay quien mata ardillas para hacer caldo. Hay bajas en las mutuas médicas porque los desempleados no pueden pagar los recibos. Hay quien quiere declararse en bancarrota pero no puede porque tiene que pagar a los abogados dos mil dólares que no tiene. Hay quien no puede pagarse las medicinas. Un 20% de los sin techo son veteranos de guerras en Irak y en Afganistán, gente reclutada entre sectores pobres de la sociedad. El 11-S distrajo el debate pendiente sobre el problema de la sociedad de clases. Es una burla decir que los atentados hicieron iguales a todos los norteamericanos. Los 5000 millones de dólares mensuales gastados en Irak y Afganistán liquidaron los programas de ayuda a los pobres e hicieron a la sociedad más desigual.
Tras esa disección durísima ¿qué futuro vaticina Barbara Ehrenreich?
Que a los diez años del 11-S se dejan atrás los traumas de la represión, la negatividad y la guerra. Es hora de hablar no del pasado sino de un futuro en el que, en Estados Unidos y el resto del mundo, se combata la pobreza, se luche por la justicia, haya necesidad de cambio. El movimiento de los indignados es la voz de los millones de personas que dicen basta al paro. Basta a salarios miserables. Basta a la falta de ayuda para poder comprar fármacos. Basta a condiciones laborales indignas, como la de los grandes almacenes que restringen tanto el acceso a los lavabos de sus empleadas que muchas de ellas han de ponerse pañales. A esa gente, de Estados Unidos y del resto del mundo, dedica su último libro. La dedicatoria es un grito: "A los protestones del mundo entero: ¡que se os oiga!".
Ese último libro de Bárbara Ehrenreich, editado Seacex-Turner, lleva por título "Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo". Esta harta de ese pensamiento, ¿no?
Pues sí. Realmente harta. Cree que ese pensamiento positivo que durante los últimos años ha impregnado nuestras vidas está en el origen de la crisis. Ha apagado todo posible conato de rebeldía. Te despiden del trabajo y el pensamiento positivo te dice "es una oportunidad para que puedas hacer las cosas que siempre te habría gustado hacer". Pues que bien, te dices. Ella tuvo cáncer de mama. "Podrás ver en la vida matices enriquecedores que te pasaban desapercibidos". Caramba, oiga. No había caído. Que suerte tengo.
¿Puedo añadir algo más?
La vergüenza que sentimos con el gran carnaval televisivo montado en torno a los asesinatos de tres adolescentes de Alcasser afloró de nuevo en un programa de televisión en el que la pasada semana intervino, pagándole, la madre de un menor de edad encubridor del crimen de Marta del Castillo. Hay, en este tipo de programas vendidos bajo el enunciado de periodismo sociológico, un periodismo sórdido que no tiene en cuenta el dolor de los padres de las víctimas que, en ocasiones, acaban entrando en la rueda de entrevistas televisivas arrastrados por la vorágine mediática. Si algo se desprende del crimen de Marta del Castillo es la confirmación de lo que en 1980 recogía la ponencia del grupo policial especializado en delincuencia juvenil: "Se aprecia el deslizamiento de muchos adolescentes hacia conductas cada vez más violentas". En 1996 el psicólogo forense Javier Urra me dijo que lo grave no es lo que entonces teníamos sino lo que nos venía: "Un adolescente emocionalmente muy duro". Ya lo tenemos aquí. La negativa de los adolescentes implicados en el crimen de Marta del Castillo a decir donde arrojaron su cadáver rebela esa dureza emocional. Sobra una entrevista que nunca se debió hacer
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La carta de José Martí Gómez




