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Las críticas de 'La Script'. Polanski ajusta cuentas con la ñoñez occidental

Si hay alguien en el cine mundial al que le importe un comino la corrección política es a Roman Polanski. En su vida privada ha sido víctima y verdugo. Su madre fue gaseada por los nazis y su primera mujer, Sharon Tate, murió cuando estaba embarazada a manos del clan asesino de Charles Manson. Él lleva a cuestas desde hace 40 años la acusación de violación a una menor, que le hizo huir de Estados Unidos y por la que fue detenido en 2009 en Suiza. Todos sus dramas han sido expuestos con todo lujo de detalles a los ojos de la curiosidad mundial.

Quizá esto haya contribuido a que su manera de narrar sea tan transparente. Es, sin duda, uno de los directores más directos a la hora de afrontar cinematográficamente cualquier asunto. Con los años, Polanski se vuelve más austero en el cine y por ello más jugoso.

La adaptación de la comedia de Yasmina Reza, Un dios salvaje, es una fiesta de concisión y humor negro. Polanski ajusta cuentas con la hipocresía ñoña de la burguesía occidental. Retrata a dos parejas que se reúnen para mediar en la pelea escolar de sus hijos, y en lugar de hacer las paces, se enzarzan en una discusión que va ascendiendo de tono hasta niveles insospechados. Los reproches y las buenas maneras se cruzan con precisión matemática a lo largo de 79 minutos de metraje impecable. Kate Winslet y Christoph Waltz interpretan a una pareja de ejecutivos que miran por encima del hombro al matrimonio de progres formado por Jodie Foster y John C. Reilly. Encerrados en un salón, con dos cámaras y cuatro actores con oficio y talento, Polanski enfoca a las mentiras que componen con los cimientos de la podredumbre occidental. Resulta especialmente genial la interpretación de Waltz en el papel de abogado carroñero harto de tanta cursilería.

¿Qué pintan Clive Owen y Robert de Niro en una película de zurriagazos hecha a la medida de Jason Statham? Es evidente que los actores de Hollywood tienen derecho a hacer malas películas, cobrar y olvidarse de ellas. Ya lo decía Michael Caine: “Al final, sólo me recordaran por mis buenas películas; con las otras, he pagado facturas”.

Asesinos de elite es un thriller de espías basado en la novela The Feather Men (1991) del aventurero británico Sir Ranulph Fiennes, que en los años 60 y 70 formó parte del cuerpo de elite SAS, que se enfrentó a los mercenarios de las dictaduras más sanguinarias del mundo.

La película tiene tono crepuscular y está llena de gestos de tipo duro que ya está cansado. Los tres protagonistas son soldados retirados de mil batallas pero que se ven atrapados por los tentáculos de un pasado que nos les deja pasar página. Es una trama de espionaje internacional que no aspira a ser realista, sino que se conforma con una estética de videojuego a base de escenas de acción muy coreografiadas y con los efectos de audio, es decir, los puñetazos, a todo trapo.

Salvo Statham, que repite una vez más su papel de matón de buen corazón, ni Owen ni De Niro se creen una sola línea de lo que interpretan. En especial Robert De Niro, que casi se ríe en las escenas de acción que protagoniza. Sin apenas moverse esquiva golpes que dejarían K.O. a cualquiera, y con un par de zancadas se escapa de villanos con pinta de atleta. Clive Owen, con un ojo de cristal y bigote postizo, tampoco se esfuerza demasiado en hacer creíble al espía vengador que le ha tocado en suerte.

Por fin perdió la virginidad. Después de tres películas de insana contención sexual, Bella (Kristen Stewart) y el vampiro Edward (Robert Pattinson) consuman el sacrosanto matrimonio. El chico es tan fogoso que rompe el armazón de la cama y revienta las almohadas. Luego se queda preocupado por los moratones que luce su joven esposa. Este es el tono de la penúltima entrega de la Saga Crepúsculo. Cursi hasta el delirio.

Parece que al director Bill Condon (Dioses y Monstruos, 1998) se le ha ido la mano con el romanticismo y ha acabado en la parodia, a juzgar por las carcajadas y gritos de júbilo que daban los periodistas en el pase de prensa, precisamente en los momentos más dramáticos.

Evidentemente, Amanecer (1º parte) no está pensada para críticos sino para el público adolescente. A las seguidoras de la saga Crepúsculo, a pesar de que estamos en el siglo XXI, les proponen un amor aliñado con un machismo infumable: virginidad, matrimonio, sumisión total a un hombre protector, y ahora, que Bella se ha quedado embarazada de un vampirito que amenaza con devorarle las entrañas, resulta que aparece en escena un retrógrado mensaje antiabortista.

Conscientes de que el negocio no va a ser eterno, los productores de Crespúsculo ya han rodado Amanecer 2º parte y la tienen lista para estrenar en 2012, una vez que hayan hecho caja con esta cuarta entrega. El cansancio ya se nota en el reparto de jóvenes actores, que en 2008 trasmitían una cierta emoción del recién llegado, y que ahora se ha convertido en aburrimiento eterno.

Además de un genial guionista, Rafael Azcona fue un hombre adorado por sus amigos. Los muertos no se tocan, nene es un tierno homenaje que le rinden sus compañeros y colegas. David Trueba, Bernardo Sánchez y José Luis García Sánchez han adaptado su novela homónima, ambientada en un velatorio familiar de Logroño en 1959.

Rodada en blanco y negro, y doblada como se hacían las películas entonces, a este homenaje le falta la garra, pisotones en los diálogos y olor a repollo. Sin ser una película para la posteridad, 'Los muertos no se tocan, nene' se ve con una sonrisa nostálgica. Aunque la España de los molinillos de café ya no existe, sí que se reconoce la esencia de nuestra cultura familiar: los valores del qué dirán, los pescozones maternos (“Me cago en los hijos” no para de decir Silvia Marsó) y la naturalidad con la que convivíamos con la muerte.

Las medianeras son esas paredes de los edificios urbanos que no tienen ventanas, que estaban destinadas a no ser vistas jamás, pero que quedan al descubierto -por ejemplo- porque se derriba la construcción contigua. Ese concepto es la excusa de 'Medianeras', el primer largometraje del argentino Gustavo Taretto, para presentarnos a dos personajes solos y ahogados en el Buenos Aires actual (Javier Drolas y una Pilar López de Ayala que podría pasar perfectamente por porteña, dado el ajustadísimo acento que gasta). El director compone un verdadero juego de espejos que nos lleva a comparar las miserables vidas del chico y de la chica, con decenas de referencias a la cultura más contemporánea: en la publicidad, en los ordenadores de último modelo... o incluso en los cómics de 'Las aventuras de Wally', paradigma de la soledad urbana. La película, que pasó por la Seminci de Valladolid, se ve muy fácilmente y deja un buen sabor de boca.

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