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LA CARTA DE MARTÍ GÓMEZ

Javier Pradera

Conocí a Javier Pradera cuando fui a entrevistarle con Josep Ramoneda al publicar Jorge Semprún su Autobiografía de Federico Sánchez, en la que relataba sus años de clandestinidad comunista en el Madrid de 1955 a 1963, con Javier como uno de sus jóvenes de confianza.

A Pradera no le gustó el libro porque en sus páginas Federico Sánchez demolía el comunismo sin tener en cuenta que una cosa fueron sus dirigentes y otra distinta las decenas de miles de personas dieron su vida creyendo de buena fe en la idea. Decía Pradera que Semprún había olvidado muchas cosas. Por ejemplo, que un día entró en un supermercado para comprar una botella de coñac con la que celebrar junto a un grupo de militantes el cumpleaños de Pasionaria, dirigente a la que aborreció años después. A partir de la entrevista nos vimos a lo largo de los años cada vez que íbamos a Madrid.

El viaje empezaba en Alianza editorial, cargando libros, y seguía con una comida en la que eran fijos Pradera, Clemente Auger y Martín Pallín, más otros que de forma irregular se sumaban. Eran comidas apasionadas y apasionantes en las que aprendí muchísimo. Entre otras cosas aprendí que cuando hablaban de Manolo se referían a Fraga, Federico era Silva Muñoz, Enrique era Tierno Galván, y así un largo etcétera. No fue fácil el aprendizaje del léxico, que tuvo su momento culminante el día que Pradera dijo que Juanito optaría por la democracia. ¿Quién es Juanito?, pregunté. Mi miró con aquella su mirada entre burlona y tierna y me dijo: "¿Quién va a ser Juanito? El rey".

Era hombre de aspecto externo hosco que ocultaba una gran dosis de afecto y ternura, aunque cuando se le cruzaban los cables podía ser iracundo. Era hombre de una formación política y cultural apabullante, que analizaba el pasado asumiendo con un deje de desencanto, elegante por ser apenas perceptible, que la suya fue una época en la que contaba la ética de los resultados en lugar de la ética de las convicciones, un tiempo en el que los que se la jugaron tenían una visión shakesperiana de la historia, con la diferencia respecto a los dramas del dramaturgo británico de que ellos creían que todo iba a terminar bien. No acertó en su análisis de que Europa era el último balneario pero si fue certero al pronosticar que en España hay un exceso de políticos que se creen locomotoras de la historia y acaban en el furgón de equipajes. En fin, querida directora: creo que Javier Pradera, que siguió siendo hasta el final un gran amigo de Jorge Semprún, ha sido un intelectual, en la acepción honrosa del término, fundamental en el último medio siglo de vida política y cultural española.

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Homenaje de José Martí Gómez a Javier Pradera

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