Las críticas de 'La Script'. La divina resurrección del cine mudo
Noventa años después de la muerte del cine mudo, llega ahora un desconocido francés y se atreve a resucitarlo a lo grande. Y sin complejos: en blanco y negro, sin diálogos y sólo con música. Michel Hazanavicius, director de comedias paródicas de espías -'OSS 117: El Cairo, nido de espía's, (2006), y 'OSS 117: Perdido en Río' (2009)- llevaba siete años recibiendo portazos en las narices cada vez que presentaba su idea de hacer un largometraje mudo sobre una estrella de Hollywood de los años 30 que no consiguió hacer la transición al cine sonoro.
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Su acierto no solo consiste en haber actualizado un anacronismo cuando nadie se lo esperaba, su verdadero mérito está en haber encajado una deliciosa historia de amor y fracaso dentro de un formato ya desaparecido. Sin embargo, las pausas, las miradas y un montaje sin prisas no irritan al frenético espectador actual que se acostumbra pronto al ritmo de los gestos de Jean Dujardin, un actor nacido para seducir y para darle un disgusto a más de un colega americano que este año podría aspirar al Oscar. Una inquietud –justificada- ronda por Hollywood, ya que 'The Artis't puede llevarse de calle los premios de la temporada por haber devuelto la sencillez y la magia al cine.
Tom Cruise sigue en el tajo. Sin perder energía. A sus 49 años no se resigna a bajar ni un solo escalón del podio dorado de Hollywood. En la década de los 80 se puso la chupa de galán chuleta de 'Top Gun' (1986) y desde entonces no se ha movido de la cumbre, aunque haya notado los empellones del tiempo y la competencia. Al convertirse en productor y protagonista de la saga de 'Misión Imposible', que empezó en 1996 bajo dirección (y broncas) de Brian de Palma, Tom Cruise se ha construido un refugio a su medida que le ha permitido sobrevivir tres décadas en Hollywood, lo que supone toda una eternidad que solo los grandes consiguen.
¿Qué aporta esta cuarta entrega de Misión Imposible? Argumentalmente nada. Cruise repite su personaje de espía con toques de monje, con votos de obediencia, pobreza y violencia (recibe leña sin pestañear). Su punto fuerte es la puesta en escena de la acción. En cada entrega ha cambiado de director, y tras John Woo y J.J. Abrams, ahora recurre a Brad Bird ('Los increíbles' y 'Ratatouille') para darle un nuevo aire al espía más adicto a las alturas. Ver a Cruise trepar por las paredes de cristal exteriores del edificio más alto del mundo, los 829 metros del hotel Buró Khalifa de Dubai, es sencillamente brutal.
Es de justicia reconocer que Cruise se deja piel en cada toma: explota su físico de atleta y exhibe sus dotes de corredor continuamente. Visualmente grandiosa, pero también argumentalmente previsible. El guión es un calco de los anteriores, con orden expresa de ensalzar a Cruise como americano ejemplar y ser humano intachable. El humor es blandito y escaso, le faltan situaciones con chispa y le sobra solemnidad.
La semana pasada, en 'La Script', conveníamos en la necesidad de que el cine español contara con películas como 'Fuga de cerebros 2' o la saga 'Torrente': son cintas muy taquilleras y populares, que llenan las arcas del sector... y hacen, indirectamente, que los proyectos más sesudos y de calado acaben encontrando financiación. Lo mismo podemos decir de 'Maktub', el primer largometraje de Paco Arango, que compone una comedia romántico-social adecuada a las Navidades... y recupera un género muy explotado durante una cierta etapa de nuestro cine, que ya no se estila tanto en pleno siglo XXI.
La historia es sencilla. La vida de una familia encabezada por un matrimonio en crisis [el compuesto por un Diego Peretti algo pasado de vueltas y una Aitana Sánchez-Gijón más discreta que en otras interpretaciones] se cruza con la de otra familia, la compuesta por una madre soltera [Goya Toledo, correcta incluso en su acento canario] y un hijo que padece un cáncer. Aquí tenemos que detenernos, porque si los premios al Mejor Actor Revelación siguiesen admitiendo a niños, Andoni Hernández se lo habría llevado en 2012 de calle. Su interpretación del joven y gamberro Antonio es uno de los puntales de la película. Y junto a él, el resto de secundarios. Amparo Baró, Mariví Bilbao o Jorge Reyes -sí, el 'Hurley' de 'Perdidos'- le dan a 'Maktub' la consistencia que no logran los protagonistas.
¿Y por qué decimos 'santurrona'? Por la constante presencia de Dios y la religión católica en los diálogos -sobre todo en torno al personaje de Rosa María Sardá-, que nos parece totalmente prescindible. Aún así, y ya nos tiene muy acostumbrados, la Sardá consigue llenar de sí misma una enfermera que también se queda grabada en la retina.
De acuerdo, podemos convenir en que es posible que, en una región remota del estado de Mississippi, en pleno 2011, no haya cobertura de móvil. El problema es que ya no cuela. El viejo truco teatral -pensamos en 'La ratonera' de Agatha Christie- de aislar a los personajes protagonistas para que se cuezan en su propia salsa, en este caso el ambiente de violencia del pueblo natal de ella, no sirve en el siglo XXI. Y mucho menos si hablamos de un remake de la película de 1971 que Sam Peckinpah dirigió con mano de hierro. Los 'Perros de paja' de Rod Lurie [el director de 'El último asalto' o la serie 'Señora presidenta'] huelen a rancio. El montaje es ágil, el cásting es correcto... pero los personajes tienen maneras de mediados del siglo XX.
El escritor que interpreta James Marsden [uno de los guapos de Hollywood de los últimos años, que intenta hacerse un hueco en el panorama 'serio' con cintas como esta] parece sacado de una revista de estilo, con un aire mundano forzadamente acentuado para contrastar con el sudor y las camisas camperas del musculoso Alexander Skarsgard [el novio de 'Melancolía']. Y ella, la chica natal del pueblo [la actriz Kate Bosworth], se pasea por los campos con una ligera camiseta empapada en sudor... para después sorprenderse de las miradas libidinosas de los obreros que arreglan su tejado. El argumento, basado en la hostilidad de los vecinos a la pareja, que rompe la tensa paz local, se ve venir a la legua, y se olvida con la misma facilidad que vemos en el levantamiento de la niebla, que de repente desaparece en la escena de caza... y nos deja ver el bosque. O sea, la película de Peckinpah.
Una pareja de treintañeros desaliñados (Miranda July y Hamish Linklater) se aferran a sus ordenadores Mac y se miran con angustia: “Nos quedan 5 años para los 40, que en realidad son los 50. Y después ya sabes lo que pasa. Es como tener calderilla, nunca es suficiente para tener lo que quieres”. Esta es la tesis de esta película de la directora americana Miranda July, que tras 'Tu, yo, y todos los demás' (2005) nos invita a mirar a su ombligo. El resultado es la visión del ombligo de un adulto occidental que cree que todo lo que escribe en su Mac es arte. Pues no, Miranda. 'El Futuro' es una modernez que refleja el vacío existencial de millones de treintañeros que se encuentran perdidos en una juventud que se acaba y una madurez que promete ser desértica con resultado de muerte.
La excusa de una pareja que detiene su anestesiada vida con la excusa de adoptar a un gato moribundo es tan pretenciosa y ridícula... como la vocecita quejumbrosa del gato narrador que interpreta la polifacética Miranda July. Aburrida e irritante son las dos palabras más suaves que se me ocurren tras haber visto esta ñoñez que afortunadamente sólo dura 91 minutos, pero que debería haberse quedado en 30 segundos. El tiempo de un anuncio de ordenadores ultraplanos.
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