La legalización del Partido Comunista
El sábado santo de hace treinta y cinco años el país, inmerso en el periodo de la transición democrática, se conmocionó con la noticia: el Partido Comunista de España había sido legalizado. Santiago Carrillo podía quitarse la peluca.
¿Cuándo conociste personalmente a Santiago Carillo?
En febrero de 1975, en un piso de seguridad que el Partido Comunista tenía en Paris. Amueblado con una mesa circular, seis sillas y una bombilla de pocos watios. Josep Ramoneda y yo estuvimos allí tres tardes conversando con Carrillo para una entrevista. Al despedirnos, nos enseñó una botella de Tío Pepe que le había traído un militante como regalo y nos dijo: "Será la última que me traen porque pronto nos veremos en el sol de España".
Ya no le volviste a ver hasta la legalización del partido.
Personalmente no pero sabía que estaba en España porque un gran amigo, Joaquín Garrigues, me explicó confidencialmente una cena con Carrillo en casa de su suegro, Areilza, junto a Felipe González, Enrique Tierno, Ruiz Jiménez y el propio Garrigues. Fue un 28 de noviembre. Por televisión daban el Barça-Valencia pero el anfitrión apagó el aparato cuando llegaron sus invitados para hablar del futuro político. La legalización del Partido Comunista se veía inexorable incluso desde los sectores pragmáticos del franquismo. La transición no podía culminar dejando fuera del juego democrático a un partido que se pensaba era muy fuerte. La coincidencia en la necesidad de apertura política total se visualizaba en las relaciones personales. Raúl Morodo, brazo derecho de Tierno Galván, era vecino de escalera de Adolfo Suárez, que le explicaba que la reforma iba en serio. Alfonso Osorio, vicepresidente, coincidía muchas noches al regresar a casa con líderes de la llamada Platajunta que iban a conspirar a un piso vecino al suyo. El asesinato de los laboralistas de Atocha pudo descarrilar el proceso. Martín Villa me dijo que aquel día temió que se hundiera la transición. El entierro de los laboralistas fue el gran baño de multitud del Carrillo emergiendo de la clandestinidad, aunque esta fuese relativa: el abogado José Maria Armero, clave en la transición, propició una entrevista secreta entre Carrillo y Suárez para que llegasen a un pacto: se legalizaba el Partido Comunista y Carrillo se comprometía al juego democrático. Las dos partes cumplieron el pacto. El PCE dejó de llamar Juanito el Breve a Juan Carlos y cuando en la primera audiencia en La Zarzuela el Rey le dijo a Carrillo "usted debe tener ganas de verme salir de España por piernas" Carrillo respondió que de pasar eso él procuraría salir antes.
A Carrillo le vuelves a ver cuando el Partido Comunista es legalizado
Si. En el piso alquilado por 16.000 pesetas mensuales en la calle Seco, en Vallecas, en el que pasó a vivir una vez su situación se regularizó. No era fácil entrar allí. Confirmado que te recibía llegabas a la puerta del edificio y te metían en un coche para evitar te sumases a la aglomeración del portal. Luego un militante te acompañaba en el ascensor y llamaba a una puerta reforzada con chapa de acero. Tras mirar por la mirilla se corrían dos cerrojos, se abría la puerta y tres fornidos militantes te observaban. Junto a ellos había un bate de béisbol. En el comedor-sala de estar un dibujo de Picasso dedicado a Carrillo y unas muñecas de porcelana.
¿Cómo era aquel Carrillo?
Como ahora, sacaba los cigarrillos del bolsillo casi encendidos. Siempre de la marca Peter Stuyvesant. Movía mucho la pierna izquierda y titubeaba cuando las preguntas se salían del guión político preestablecido. Ganaba tiempo para la respuesta preguntando ¿eh....? Era el Carrillo que lideraba un PCE eurocomunista, en la línea preconizada por el PCI de Berlinguer. A Jorge Semprún, Fernando Claudin y Javier Pradera les hizo gracia que les explicase que Carrillo decía tener sentido del humor.
Como has insinuado, al llegar las primeras elecciones democráticas el PCE no fue tan fuerte como se esperaba.
Creo que cometieron el error de presentar como candidatos a rostros del pasado. El leninismo se va, los viejos dirigentes se quedan, me dijo una joven dirigente que acabó en el socialismo. En el primer congreso en la legalidad la edad media de los congresistas era de 35 años pero los diez dirigentes que ocupaban la presidencia y mandaban sumaban 800 años.
¿Has vuelto a ver a Carrillo?
Le seguí en alguna campaña electoral. En Sevilla, octubre del 82, dijo algo que hoy es actualidad: "Espero que marchemos la mano en la mano con el PSOE porque representamos una misma fuerza social". También recuerdo la noche que en el Ritz de Barcelona un grupo periodístico le premio como personaje del año, junto a Carmen Díez de Rivera, jefa de gabinete de Suárez. Al acabar el acto Carrillo y Carmen coincidieron en el vestíbulo. "Un día nos vemos y tomamos un chinchón", le dijo Carrillo. "Cuando quieras", respondió ella. Yo era amigo de Carmen. Me dijo que la esperase en el salón mientras concedía unas entrevistas en su habitación. Bajó de madrugada. Se quito los zapatos y dijo "lo del chinchón me costará caro". Acertó. Carrillo y Carmen se tomaron un chinchón en el bar del Congreso y la prensa conservadora la trituró con comentarios como la aristócrata y el comunista, la musa de la transición y el asesino de Paracuellos, la muy zorra sonriéndole al muy cínico. Algún día se tendría que hacer un buen trabajo sobre las mujeres de la transición que ocuparon cargos políticos. Fueron ellas las que provocaron el gran avance en costumbres.
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José Martí Gómez recuerda la legalización del PCE




