El ocaso tenístico está en los detalles
El domingo pasado pasará a la historia del tenis por sus contrastes. En Halle, una pequeña ciudad de la cuenca del Ruhr, Tommy Haas, el último gran héroe del tenis alemán realizaba una proeza sin precedentes al birlarle el torneo a Federer. Con 34 años y tras varias temporadas aciagas y repletas de lesiones.
Horas más tarde, en Londres, en el otro torneo de hierba que ocupaba el calendario ATP, David Nalbandian perdía la final al ser descalificado por un cruce de cables como no se recordaba en el tenis desde mucho tiempo. En Inglaterra, la cuna del tenis y de la educación modélica, Nalbandian mostró la otra cara de un deporte en que la soledad y la fortaleza mental en ocasiones derivan en episodios de este tipo.
Haas fue número dos del mundo, Nalbandian tercero. Ambos se han llenado el bolsillo con una cifra similar, han ganado un número similar de torneos, y por si fuera poco, apenas están separados en el ranking por diez puestos. El alemán, un privilegiado del tenis, lleva años con problemas de cadera, recayendo constantemente en su ilusión por volver a jugar.
Nalbandian, pese a haber sido más respetado por las lesiones, ha tenido un ocaso más rápido y costoso. El Rey David lleva años intercalando sensaciones agridulces, haciendo buenos partidos frente a jugadores del Top 20 y cayendo de forma inexplicable con jugadores de menor entidad. El argentino casi dos años esperando para volver a ganar un torneo, una ansiedad entremezclada con las derrotas de la Davis.
El domingo llegaron los dos al penúltimo escalón de sus objetivos. El alemán actuó desde la tranquilidad y accedió a la solución con inteligencia. Venció a Federer con una exhibición de tenis de ataque, como el que hacía hace diez años. Nalbandian tenía el partido encarrilado y consiguió descarrilarlo, tanto al partido como a él mismo, un detalle que marcará para siempre su paso por el tenis profesional.




