Las críticas de La Script. Batman se despide con solemnidad monacal
'El caballero oscuro: la leyenda renace'. Un Batman monacal y eterno / María Guerra


Christopher Nolan cierra su trilogía de Batman con rotundidad y poderío, con la evidente intención de pasar a la posteridad. Su Hombre Murciélago es eterno en todos los sentidos: en su aspiración de trascendencia y en la desmesurada longitud de su metraje, 164 minutos, que restan tensión al capítulo final. Son dos problemas que lastran una película que tiene muchos aciertos. Nolan ha creado un nuevo planeta Batman, demasiado solemne para mi gusto, pero, sin duda, un mundo con señas de identidad y personalidad propia. Un planeta más cobrizo que el negro tradicional de Gotham, y sobre el que pesa un denso pesimismo que ha sabido conectar con los tiempos que corren. Después de 11 años vinculado a Batman, Nolan termina su viaje con el héroe. Su mayor mérito es la elección del reparto: Christian Bale ha sido, hasta el momento, el Batman más sufriente, interpretado con sobriedad y sin excesos, pero muy desaprovechado en lo dramático, posiblemente forzado por la presión de la franquicia que obliga a dar a la acción más importancia que a la profundidad de los personajes. En esta entrega final resulta insultante la ausencia del héroe en los 40 minutos centrales de la película, en los que Batman desaparece literalmente de la pantalla para centrarse en los destrozos que el villano Bane (Tom Hardy) perpetra rutinariamente sobre Gotham. También malgasta el talento y la comicidad de Anne Hathaway que compone una Catwoman canalla y sexy, que vapulea un Batman con aire de seminarista, que en lugar de caer en la tentación de la carne y el humor, se mortifica con el cilicio de la responsabilidad. Qué desperdicio. Más derroches. Marion Cotillard está perdida en el metraje, con cara de no saber de qué va la película. Y el más imperdonable: Michael Caine, en su papel del fiel mayordomo Alfdred, tiene que hacer un recital de muecas y lloros impuestos por un guión muy forzado en su personaje. Indiscutible la factura visual: grandiosa y clásica, con miles de extras de carne y hueso, sin el incómodo y, a veces, chapucero 3 D que nos impone Hollywood en los últimos tiempos. Brillante, pero con eternos minutos de ruidoso aburrimiento.
'El irlandés'. Antihéroe con Guinness / María Guerra


El gran actor Brendan Gleeson, orondo y pelirrojo, habita con total naturalidad y brillantez los arrugados calzoncillos de un policía irlandés de pueblo que investiga, entre resaca y resaca, un misterioso caso de asesinato y tráfico de drogas internacional. El director irlandés John Michael McDonagh debuta con la historia de este inspector anarquista e incorruptible, (nadie le puede amenzar porque ya practica todos los vicios legales e ilegales ante la vista de todos), y que se permite el lujo de mandar a paseo a todos sus superiores. El irlandés es una comedia negra, aunque cromáticamente brillante y colorista, que encaja en manido patrón de policía intratable pero decente. No aporta nada nuevo al género, salvo unos diálogos tronchantes y la magnifica interpretación de Brendan Gleeson. También hay que agradecerle al director la contención en las burradas, este policía es un tipo algo bruto y dice tacos sin parar, pero no satura con su incorrección política como su colega Torrente.
'Elena'. Soledad y dilemas / María Guerra


El director ruso Andrei Zvianguintsev reflexiona sobre la soledad y las decisiones abismales de una mujer madura llamada Elena. Ella roza los 60 años, y está casada con un hombre rico y frío que la trata como una criada. Elena tiene un hijo de un matrimonio anterior, que está en paro y al que da dinero en secreto. Se trata de una historia de diminutas actividades cotidianas, pero que está narrada con la tensión de un thriller en el que se teme un trágico desenlace a cada paso. Zvianguintsev hace una película sobria y transparente sobre la angustia y las dudas de una mujer que se resiste a dejar en la cuneta a la familia de su hijo parado. La cámara sigue de cerca la brutal y contenida interpretación de la actriz Nadezhda Markina, que a pesar de su bondad natural va despojándose de ternura y con cada gesto, se encamina hacia el gélido abismo para defender lo ancestral. Elena es el reflejo de nuestros tiempos, en los que los valores se disuelven en la dureza y cinismo que se respira. Una inquietante delicia.
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