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Terciopelo de bajos fondos

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Se ha oscurecido el sol. El sol se ha puesto gafas oscuras para asistir al entierro del animal que hizo que el rock sonara como unas garras afiladas arañando una superficie de terciopelo. Suavemente áspero. Sí, ya lo sabéis: ha muerto Lou Reed, el hombre al que la música estuvo esperando con 26 dólares en una mano, como una mujer que se siente sucia y enferma, más muerta que viva, para que opusiera ironía y escepticismo al exceso de ingenuidad y buen rollo que habían convertido en inofensivo al rock and roll. Y llegó todo vestido de negro, como dice la canción. Más chulo que un ocho. Era el chulo que puso a la música a hacer la calle en una esquina de Nueva York. Lou Reed fue el chulo y Nueva York la mujer que vendió en sus canciones. Nadie como él consiguió atrapar el ruido y la furia de esas calles grasientas, del sucio bulevar humeante que era en los 70 y los 80 la ciudad que nunca duerme. Era el chulo. El tipo que mola. A nadie le quedaban como a él las gafas de cristales ahumados. Y precisamente lo que hizo Lou Reed fue ponerle cristales oscuros a la música. Pintarla de negro, que diría Mick Jagger. Llenarla de sombras, turbiedades y turbaciones. Bajar las luces para después atravesar la oscuridad con fogonazos de ruido blanco. Hasta que él llegó el rock era en colores. Y en colorines hippies y psicodélicos. Con él, se volvió blanco y negro como un brochazo de alquitrán en un lienzo de blanco nuclear. Se llenó de grises ásperos como el hormigón de Nueva York, de oscuridades densas y de una luz tan blanca que quemaba. Luz blanca, calor blanco, como el que sube por el brazo con el chute de la heroína. Así es la música de Lou Reed, de la Velvet, el pinchazo en el oído de una aguja por la que te entra en el cuerpo una dosis convulsa de electricidad contaminada de noche, de vida, de vicio, de placer y dolor, de pecado y redención, de abismos a los que tememos tanto como los deseamos, de terciopelo desgastado y relucientes botas de cuero cuarteado. Así son las canciones de Lou Reed: como Venus in Furs, una Venus vestida con pieles que te ponía de rodillas para que besases la punta de sus brillantes botas de cuero negro. Placer y dolor. Diversión y depresión. Luz y sombra. Lou Reed era el Caravaggio del rock y como aquél mostraba a esos personajes que se retuercen en un éxtasis que duele y cura al mismo tiempo: venus y sátiros, travestis y masocas, putas descarriadas, chulos de cuatro perras, rock and roll y hedonismo, artistas y bohemios, el circo de la Factory de Andy Warhol, juergas y resacas, días de mierda y días perfectos... Como la vida cuando uno se encarga de vivirla hasta que te mata. Las canciones de Lou Reed no son más que un espejo que nos muestra nuestras miserias pero también esos momentos de gloria. Es un descenso a algunos infiernos pasando a ratos por el paraíso. Son un paseo por la mugre, una bajada al sótano, al underground, en busca de consuelo. Eso era Lou Reed: Velvet Undeground, terciopelo de bajos fondos, una serpiente que se arrastraba clavando su veneno por el lado salvaje de la vida. Clavó sus colmillos en muchas carnes. Probó a transformarse en Berlín con su amigo David Bowie y se hizo aún más grande de lo que ya era. También mordió en hueso y nos tiró algunos discos duros de pelar. Pero es lo que tiene moverse por el lado salvaje de la música. A veces te pierdes aunque la mayoría de las veces, Lou Reed abrió caminos. Fue punk antes del punk. Fue vanguardia y ruido. Fue ruidista antes del noise y alternativo antes de que alguien se inventara esa etiqueta. Él fue todas las fiestas del mañana. Y ahora que se ha muerto es como si alguien hubiese apagado la luz de la fiesta. "Parece que se muere todo el mundo. Creía que era una leyenda urbana pero parece que no lo es. El día que se muera Lou Reed será un aviso incuestionable de la llegada del fin del mundo. Si se muere Lou Reed, ¿qué cojones haré yo? Si se muere Dylan, tira que te va, pero si se muere Lou Reed, la cosa es mucho peor", escribió el poeta Manuel Vilas. Pues se ha muerto pero tenemos sus canciones que hacen que nos seguirán salvando como una mañana de domingo. Se ha muerto un genio que dicen que tenía un genio endiablado. A mí siempre me cayó bien con ese aire burlón de diablo un poco endiosado. Además, lo decían los periodistas y de nosotros los periodistas mejor no fiaros. Su mujer Laurie Anderson decía que no se aburrió ni un solo día con él. Yo tampoco me he aburrido una sola vez escuchando sus canciones. Cuando muere alguien que te ha dado tantos buenos ratos, pasas un mal rato. Se ha muerto Lou Reed. Ahora su canción triste suena más triste si cabe.

 

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