Quien siembra vientos recoge... mareas

No hay peor error en política que alejarse de la calle, que hacer oídos sordos a la voz de la sociedad civil. Y no hay falacia más tramposa que refugiarse en la legitimidad de las urnas para ignorar esas demandas. Pero ambas cosas, tanto las falacias como los errores, tarde o temprano acaban pasando factura.

Y el batacazo que se acaba de dar el gobierno de Madrid con su frustrado plan de privatizar hospitales es la demostración palpable de que las mayorías absolutas no son un cheque en blanco para cuatro años.

Decimos todo esto ya instalados en el día después de la noticia porque la digestión aporta conclusiones muy interesantes y hay que analizarlas con calma. Por ejemplo, es mentira que no sirva de nada protestar. Como es mentira, y además ofende, ese discurso de que salir a la calle en tiempos de crisis resulta irresponsable y no ayuda a encontrar soluciones. Desde luego aquí ha sido todo lo contrario: se ha solucionado un problema desde la responsabilidad y el compromiso de quienes están en primera línea de la sanidad pública.

¿Dónde ha estado la clave? Pues en la calle, en ese movimiento que denominamos 'mareas', en este caso la marea blanca que se ha anotado un éxito indiscutible. Pero es que además ese término, el de las 'mareas', reclama una aplicación más general y tiene mucho que ver con algo que hemos comentado ya en estos micrófonos: el mar de fondo, la mezcla de disgusto, cabreo, complicidad, reivindicación, resistencia que ha ido cogiendo fuerza al calor de la crisis pero que no siempre aparece reflejado en las encuestas.

Aparquemos esos eslóganes tan cenizos -y tan tramposos- de que 'la gente tragamos con todo', de que 'somos un país resignado', de que 'aquí no pasa nada'. Pues sí que pasa. Y si no que se lo pregunten a los que hoy gobiernan la Comunidad de Madrid.

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