El viejo poder de la guitarra
El disco de Howard tiene la sencillez por bandera, voz rota, guitarra acústica y unas letras directas y sin florituras que se escriben a base de recuerdos, escenas y personajes. Escuchando a Howard escuchas a Dylan, a Cohen, a Townes Van Zandt, a Neil Young. La vieja escuela, las viejas estructuras, siguen funcionando medio siglo después y produce canciones íntimas y líricas que te sacuden mientras viajas en el metro, cuando caminas por la abarrotada ciudad, que te sacan de tu rutina durante un rato.
Barna Howard se maneja con soltura en su primer trabajo, diez canciones de un folk delicado y personal en un mundo de canciones bruscas e impersonales. Su debut es uno de esos discos que enganchan, que atrapan, un álbum con el que conectas y que conviertes en banda sonora de tu vida. Howard creció en Missouri y aprendió a tocar la guitarra atraído por la capacidad de la música de narrar historias, de ilustrarlas con notas, acordes y punteos. Le enseñó su padre, un amante de la música de los sesenta que nunca dio el paso de escribir sus propias canciones. Su hijo no tardaría en superarle, primero con las versiones de los músicos que veneraba, más tarde con sus propias composiciones.
Poco después abandonaba el hogar familiar y se trasladaba a Boston. “Conocía a muy poca gente cuando llegué allí”, explica Barna en una entrevista. Uno de los primeros amigos que hizo sería clave en el futuro del guitarrista. Howard entabló una buena amistad con Vince Bancheri que poco después fundaría en Portland Mama Bird Recording, el sello que ha editado el álbum de Howard.
En Porland, la carrera de Howard ha terminado de despegar. La ciudad cuenta con una gran cultura musical y cierto sentimiento de comunidad que se manifiesta en colaboraciones entre los distintos artistas. Allí ha terminado de dar forma a ‘Barna Howard’, un álbum honesto e íntimo en el que la guitarra hipnotiza mientras la voz de Howard te envuelve de una calidez que te resulta familiar, que es ese ingrediente secreto de los discos eternos.
Algunos discos consiguen ese efecto en todas sus canciones y otros solamente –que no es poco- consiguen un lejano regusto a grandeza. Este joven músico estadounidense ha dado con ese secreto en su primera aproximación a la música. Todo un logro en una escena abarrotada en la que llamar la atención es cada vez más complicado. La vieja receta de los trovadores sigue atrayendo a nuevos músicos que, a veces, de casualidad o por destino, dan con las notas que consiguen ese milagroso efecto de seducción, de evocación, de grandeza.
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