El Barça se llena de moral para el Clásico

Solo existía una duda antes de que empezase el duelo entre el Barcelona y Osasuna. Una sola incógnita que en cada partido con camisetas azulgranas se vuelve a transformar en una 'X'. Los esfuerzos por despejarla traen de calle a las neuronas de Martino, quien no llega a comprender por qué en unas ocasiones el resultado le sale positivo y en otras no. La pregunta, sin embargo, está formulada con sencillez: ¿qué versión vamos a ver del Barça? | El directo del Barcelona 7 - Osasuna 0.

Dos respuestas posibles, ni una más, tienen espacio en la temporada actual. El Barcelona indolente, con todo desidia, que no parece tener nada en juego como en el día de Pucela o el equipo que atiende, que quiere sacar nota y no se conforma. Un grupo de jugadores decidido y que, tras años de títulos, sigue pensando en el metal. A estas alturas, en la jornada 28, ya no hay lugar para el tropiezo o la duda. Por eso era tan importante que la respuesta fuera positiva.

El público se sentó en las butacas del viejo teatro que solía ser el Camp Nou, como decía Mourinho, con ganas de eso mismo, de teatralidad. La obra, en cambio, empezó con el protagonista pasándolo mal, tragando agua en un submarino con muchas fugas. Tras un primer disparo elevado de Alexis se sucedieron los acercamientos de Osasuna, mucho más concentrado. Tres llegadas con peligro real, nada de miramientos. Fuego de combate que acabó con un gran disparo de Armenteros, salvado por Valdés y enviado a la red luego por Oriol Riera. Primer susto y solo fue eso, porque el árbitro lo anuló tras fuera de juego evidente.

¿Cuál era la excusa esta vez? Asistimos aterrados a las posibilidades porque a veces es mejor abandonarse a la ignorancia. ¿El estado del césped? El tapate del Camp Nou cierra esta vía. ¿Bajas como las de Piqué, Cesc o Neymar? No parece suficiente argumento ante Osasuna, con el nivel medio de la Masía. La flecha volvía a señalar hacia los jugadores, a nadie en concreto pero sí a su interés y amor propio. Una acusación que sentó como una afrenta entre la plantilla culé.

Desde el minuto quince el equipo local se autojuzgó, con un veredicto claro. La condena que se impuso a sí mismo llegó en forma de goles. Una penitencia para demostrarse que ellos son su propio enemigo. Su calidad no deja espacio a otra hipótesis. Treinta minutos perfectos, iluminados con un gol de Messi, a pase de Alexis, que inauguró el marcador. La técnica individual se imponía al mejor arranque osasunista. El Barça reaccionó con una estampida, personificada en el argentino y sobre todo en Iniesta. En otra gran jugada de combinación, mismo resultado: pase de la muerte de Jordi Alba y esta vez Alexis es quien hacía el segundo.

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El Barcelona ya estaba muy cómodo, incluso fallando ocasiones propicias. Pero la diferencia es que ya estaba creando un juego a imagen y semejanza de su verdadero nivel. Pasada la media hora Iniesta incluyó una dosis de sorpresa entre los ingredientes. Con un disparo desde fuera del área, con su pierna mala (que es lo mismo que decir la menos buena), clavó el balón en el hueco dejado entre la estirada de Andrés Fernández y donde la red hace un pliegue en la esquina. Un lugar que solo se encuentra en su cabeza.

Final de la primera parte y el Barcelona ya había goleado. Más meritorio después del inicio, pero ejemplo a la vez de lo que no se puede hacer en un partido frente al Madrid. Xavi, con una volea, Alexis y Pedro habían perdonado el cuarto, cosa que tampoco se puede hacer contra los blancos. Contra el líder hay que buscar la excelencia. Y con esa idea salió el equipo de Martino, directamente desde las entrañas del Camp Nou.

Para entonces, Osasuna ya había renunciado a la ilusión de encontrarse la versión conformista. Pedro seguía con la mosca detrás de la oreja buscando su propio premio. El extremo español no era uno de los goleadores y quizás esa circunstancia invitó a que siguiese inventando un nuevo tipo de regate con la confidencia del espectador. Todas las cartas de la baraja estaban en su mano, pero los ases se los guardó Leo.

Iniesta y Messi, ingenieros de la maquinaria, construyeron un palacio en solar. Con lo básico, toque y espacio, se conjugaron a dos metros para que el argentino hundiera el cuarto sobre la portería pamplonesa, con toda la contundencia que su zurda posee. Esta pareja es la que mejor llega al envite contra el eterno rival y por eso el aficionado blaugrana está un poco más tranquilo. Porque los dos mejores pasan por un buen momento, repletos de confianza. El propio equipo debe agarrarse a ellos para visitar la capital.

El Tata, por aquel entonces, ya sí pensaba en ese otro partido, cosa que a los técnicos les da urticaria decir en las jornadas previas. Por eso el rosarino introdujo a Song, Tello y Adriano y dio descanso a Xavi, Mascherano y Alexis. La opción ofensiva que salió desde el banquillo, el pipiolo del grupo, hizo el quinto gol de la tarde. Con todo el morro del mundo se quedó además con el mejor de todos. Un disparo, tras conducción, que se coló como un obús por la escuadra de Fernández. La mirada del portero lo decía todo. El día era soleado, pero en el área pequeña llovía a cántaros.

Y como si cada gol fuese un bidón de energía para afrontar la siguiente jornada, el Barcelona, esta vez sí, decidió no especular. Porque seis son mejor que cinco, y siete mejor que seis. Así que Messi cerró su mejor partido de la temporada con el triplete y Pedro su merecido gol con un regalo del argentino, que debía reservarse alguno para su cita con Diego López. Este Barcelona de cuatro centrocampistas es el que debe visitar el Bernabeú, pero sobre todo, esta actitud es la quede debe llevar en la mochila siempre a la vista.

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