Morir... y vivir en África
A veces está bien que nos pongan las cosas delante de las narices para que nos enteremos exactamente de cómo son.
De África, del África negra sobre todo, solemos hablar con una cierta distancia, es como si nos quedara todo muy lejano, pero hay algunas ocasiones en las que por decencia o por puro interés, pues ya no vale mirar hacia otro lado.
Hoy es uno de esos días porque en el corazón de África, en Guinea-Conakry, ha estallado un brote de ébola de consecuencias absolutamente imprevisibles. Este virus, asociado a condiciones límite de insalubridad y miseria, es letal. Mata en apenas tres días, no hay vacuna para combatirlo, se propaga con gran facilidad y tradiciones como los enterramientos rituales de los cadáveres, que son uno de los principales focos de contagio, agravan aún más la situación.
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Lo peor es que el ébola ha llegado por primera vez a una gran ciudad como Conakry, a estas horas puede haber saltado ya a Liberia y otros países como Senegal o Mali, han cerrado ya sus fronteras. Pero nadie sabe cómo contenerlo y quizás por eso ya le estamos prestando un poquito más de atención, por lo que pueda pasar, o nos pueda pasar.
Lo peor es que vuelve a cumplirse esa máxima de la que hablaba el otro día el novelista, Henning Mankell, que siempre hablamos de los africanos... siempre hablamos de cómo mueren, casi nunca de cómo viven. Y eso representa una gigantesca obscenidad.
Morir... y vivir en África
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