Divergente. Los antidisturbios del futuro
Divergente. ¿Qué tendrán las historias de sociedades distópicas autoritarias y con una joven en su centro cuyas decisiones alteran el orden establecido... que tanto llama la atención a los adolescentes? Comparar ‘Divergente’ a ‘Los juegos del hambre’ es inevitable, por compartir la premisa que cuento arriba, ambas basadas en sagas literarias juveniles. Así que me posiciono: prefiero la segunda de las dos. ‘LJDH’ era la exageración de la sociedad actual, una hipérbole, una metáfora orwelliana identificable sobre la desigualdad entre una masa periférica empobrecida y una élite que ostenta toda la riqueza y poder y monopolio de la violencia (hasta el punto retorcido de exigir la violencia entre jóvenes miembros de la masa). Una crítica potente pero independiente de su capacidad de entretenimiento, siendos los espectadores los que eligen tomar o dejar su lectura política y en qué grado. ‘Divergente’, como aquella, también presenta un futuro distópico, pero con un sistema algo más extraño y rebuscado: su sociedad está dividida en facciones, no clases sociales, separadas no por lo socioeconómico sino por supuestos rasgos de personalidad: Cordialidad son los pacíficos (hippies agricultores); Abnegación los modestos (viven como monjas de clausura y por su bondad han sido designados como gobernadores); Erudición, los intelectuales; Verdad, los sinceros que se encargan del sistema judicial; y Osadía, los valientes (guerreros tatuados que saltan de tren en tren vestidos de Mayumaná). Curioso, pero algo inverosimil. Quiero pensar que los seres humanos, aunque categorizados, mantienen su complejidad. Sin embargo, aquí esa compartimentalización parece corresponder de forma bastante natural con los individuos de ‘Divergente’, salvo los poquísimos cuyas personalidades tienen algo de varias facciones, con más de un rasgo de carácter: los divergentes, como la protagonista. Beatrice (Shailene Woodrey) nació en una familia de Abnegación (su madre interpretada por Ashley Judd) pero algo en ella está deseando ser de Osadía (osea malota). Esta temática de identidad, de encontrarse uno su lugar en la sociedad, sin duda casará con adolescentes que justo se encuentran en ese mismo desazón, pero poco más. En un ritual parecido al sombrero seleccionador de Harry Potter, ella y sus compañeros de generación escogen a qué facción pertenecer. Escoge Osadía, se despide de su familia para siempre, cambia su nombre a Triss y empieza el entrenamiento. Más le vale que nadie se entere de que es divergente, porque las personas como ella son considerados una amenaza al orden, sobre todo por Erudición, los malos de la película. Ahí otro problema de la película: las lecturas que sí tiene parecen sacadas de un panfleto del Tea Party: los intelectuales, como dijimos, son la amenaza, los que profesan la caridad y la modestia son los buenos y los guerreros son glorificados, convertidos en molones antidisturbios. Mientras la incomodidad con o rechazo a la violencia era la preocupación central de los adolescentes de ‘LJDH’, aquí las armas no se viven como conflicto, sino como liberación. Por fín puedo ser malota y si requiere matar, que así sea, parece pensar Triss. Eso sí, profesando la abstinencia sexual. Una visión cristiana patente en la dedicatoria de los libros de la escritora de 26 años Verónica Roth (en esta película tiene un cameo como una de las inciadas en Osadía). Sexo malo. Violencia, por qué no. Si miramos por encima de dichas interpretaciones, ‘Divergente’ intriga, con un final que nos deja en suspense. Presenta un genial Chicago en ruinas sobre el cual estoy de acuerdo con el director Neil Burger, es mucho mejor que esas ciudades futuristas genéricas que solemos ver, todas iguales. En cuanto a Shailene Woodley, la chica tiene carisma y naturalidad e interpreta la evolución de su personaje, partiendo de un carácter más creíblemente adolescente que aquella madurísima Katniss de 'Los juegos del hambre', de manera convincente y simpática. Otros actores de esta película también resultan atractivos, desde el complejo personaje de Four (Theo James), el entrenador de los guerreros y el primer amor de Triss, a Kate Winslet, que crea una especie de Hillary Clinton, tan magnífica como esa Jodie Foster vuelta Christine Lagarde en la también distópica pero más cercana ‘Elysium’. Suficientes elementos que mantienen el interés en este futuro quizás demasiado artificial como para ser examinado en una placa de petri. Alan White
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