La alegría en forma de baloncesto
Los actuales Playoffs ya son considerados los mejores de la historia por su tremenda igualdad, salpicada de sorpresas y momentos imborrables en una primera ronda única
La NBA vive, teóricamente, tiempos difíciles. Sino que se lo pregunten a Adam Silver. En su primer año de mandato como Comisionado ha tenido que lidiar ya con un 'match ball' de altura. Una mancha racista a raíz del 'escándalo Sterling'. La respuesta en el contexto de una liga multicultural y una sociedad muy sensibilizada con este tabú ha sido contundente. Silver ha salido fortalecido -aunque la venta de los Clippers dará para varios capítulos más- de una situación contraria gracias, en gran parte, al propio deporte. A la distracción de una primera ronda difícil de emparejar en el tiempo.
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Como decimos, ni la acusada -se sabe desde que es propietario- presencia del racismo en un 'cateto' como Donald Sterling ha podido hacer sombra al baloncesto. Su inhabilitación, de por vida, sirve además como aviso a navegantes y se funde con el colorido presente. Tampoco la ausencia de motores ancestrales como Celtics o Lakers, ni mercados como el de Nueva York, ha podido apagar la llama.
La liga norteamericana se vanagloria de su suerte, de su excelente salud competitiva. Una que no podría darse sin la igualdad necesaria, atípica este curso, pero sobre todo, sin el punto genuino de la mayoría de las series. Muchas de ellas abocadas a un séptimo partido, con casi las mismas victorias visitantes que locales (26/24). Algo inaudito. Con nombres propios y jugadas delirantes de las que pasan una vez cada diez años o, para nuestra suerte, varias veces en pocas semanas. Todo ello, esencia de una época dorada dentro del marco histórico.
La protesta silenciosa de los Clippers contra Sterling.
Solo dos de las ocho eliminatorias (Miami y Washington) se han resuelto por la vía rápida. Cuando se van a superar ya los cincuenta partidos de postemporada, la nota predominante es la simetría, escenificada en el sábado 3 de mayo con tres séptimos partidos en una misma jornada -primera vez en la historia-. Egos y derroches; actuaciones sobresalientes en general que no han desajustado el equilibrio por la exactitud e inmediatez de la respuesta. Pero si esta algarabía de fuerzas deja alguna conclusión no es otra que la diferencia entre Este y Oeste. Dos, a lo sumo tres, bloques potentes a cambio de un corral lleno de gallos.
Las aguas frías del Atlántico.
La campaña ya describía a vuela pluma pocas novedades en el Este -mirar referencias sobre el dominio de Miami-. El tramo final de temporada regular era sintomático y desechaba la inquietud creada al principio por Indiana. Las distancias con los campeones volvían a ensancharse.
Sumergidos en la primera ronda, el vocabulario de LeBron y Wade no ha incorporado el término 'apiadarse', incluso ante la maltrecha salud del referente rival: Al Jefferson. Su gesto más considerado ha sido el caballeroso saludo final con el propietario de los Bobcats, Michael Jordan. La única eliminatoria decidida por la vía rápida, 4-0, aunque los Wizards se han quedado cerca. Solo una victoria han podido rascar los Bulls de Thibodeau y Noah. Su esfuerzo y excelente temporada han durado hasta donde les ha llegado la gasolina. Una muerte digna ante la juventud de Wall y Beal.
Las aerolíneas hacen publicidad en estos Playoffs.
El otro candidato, con Miami, a llegar la final de la NBA ha seguido su particular caída libre. Sin remedio ni mejoría. Con malas caras, con un Frank Vogel impotente y la sensación de que, antes o después, se culminará el desastre. Atlanta, un conjunto que se hubiera quedado muy lejos de Playoffs en el Oeste, ha extendido la eliminatoria hasta el último encuentro posible, quedándose muy cerca de perpetrar el ridículo de los Pacers. Y para muestra un botón con los abucheos en el 'Bankers Fieldhouse' tras recibir 41 puntos en el segundo cuarto del quinto partido. Nadie, en postemporada, se había acercado a esa cifra en Indianapolis. Vogel y su 'roster' se han dado unos días más de margen, pero la ejecución parece inminente.
La eliminatoria oriental más cercana, con diferencia, a la épica del salvaje Oeste ha tenido el sello de Toronto y Brooklyn. Estilos encontrados entre el paso ruidoso de los inexpertos Raptors y el, menos derrochador pero sí veterano, tránsito de los Nets. Los canadienses han sucumbido, forzando el séptimo partido, en una serie marcada por los cambios de liderazgo. El oportunismo de Pierce en el primero, DeRozan apareciendo en Brooklyn, Deron y Lowry alargando la serie y el desenlace -obra de Joe Jonhson- por un punto en el último partido (103-104). Imposible saber quién se lo merecía más.
Todos los equipos son campeones en el Oeste.
La bendita locura de esta conferencia es la que está convirtiendo este año en especial. Eliminatorias al borde de la extenuación, los mejores equipos de toda la liga exprimidos hasta tres séptimos partidos y un sexto con el mejor final en 17 años. Ni San Antonio está libre de pecado. Esa podría ser la conclusión, precipitada o no, para entender algo de lo que está ocurriendo en la costa occidental. Qué más da, si entre medias somos testigos de esta religión que algunos llaman baloncesto. Dallas ha sorprendido a todos. A todos menos a Carlisle, su entrenador. Primero contra octavo, que en el Oeste es como decir "uno muy bueno contra otro bestial".
'Vinsanity' sigue haciendo esto con 37 años...
Los Spurs y Popovich perdieron el control de la serie, aunque minimizaron fugas tras el milagro ofrecido por el rejuvenecido Vince Carter en el tercer duelo. Uno de los tres triples que han servido para ganar un partido de Playoffs en los últimos diez años. Con 37 tacos, casi nada... San Antonio consiguió tomar las riendas de la serie pero solo pudo domar a los pura sangre de Mark Cuban en el partido final. Un derroche importante para los veteranos Parker, Duncan y Ginobili. Demasiado sudor.
Y para nada ha sido el conflicto más emocionante. Houston-Portland y Oklahoma-Memphis se disputaron el trono de 'serie no acta para cardiacos', con el desfibrilador de oro en juego. En la primera, tres partidos empatados al final de los 48 minutos, una catarata de puntos que ya se ha colado entre las series más anotadoras de la historia. Lillard y Aldridge, contra Harden y Howard. Con pinceladas de ciencia ficción como la irrupción de Troy Daniels, jugador de la Liga de Desarrollo, utilizado por McHale para decidir el tercer partido. Pero nada a la altura de Jonh Stockton. Cuando creíamos que lo habíamos visto todo, Lillard reinventó una canasta para pasar de ronda en el sexto. Un triple emulando al genio de Utah, que no se presenciaba desde 1997.
Damian Lillard hace historia en sus primeros Playoffs.
Una batalla maravillosa pero que, siendo justos, tiene que ceder espacio ante la maratoniana lucha de Grizzlies y Thunder. Cuando los claros de un tranquilo primer partido dejaron paso a las nubes, se desató la tormenta perfecta. Cuatro partidos consecutivos con prórroga -dato no registrado antes en la NBA-. Cuatro que se pudieron decidir para los dos lados, aunque la defensa de Gasol y compañía iba camino de eliminar al MVP de la temporada.
Habían surgido hasta el momento Udrih, Perkins, Miller, Jackson, agentes secundarios. En los dos últimos choques, después de las duras críticas en la prensa local de Oklahoma donde se acuñó el término "poco fiable", saltó a escena la bestia de la liga. Durant, escoltado por Westbrook, anotó 36 y 33 dando al traste con los sueños de Joerger. Sin Randolph, sancionado, poco pudo hacer un gran Marc Gasol. Pero que nadie se equivoque, lo más grande ya lo habían hecho los Grizzlies: luchar como fieras.
La última serie entre Clippers y Warriors ya tiene suficiente con haber superado el contratiempo racial. Sterling no ha podido ser testigo -y lo agradecemos- de la emoción vivida entre Los Angeles y San Francisco. La entereza entre el caos de Doc Rivers y sus pupilos, con su protesta silenciosa, da sobradas muestras de su grandeza. Y además ha tenido la recompensa del éxito, dejando en la cuneta a los meritorios Warriors de Curry.
La NBA está de enhorabuena. Su baloncesto, más vivo que nunca. 23 partidos de 50 decididos por cinco puntos o menos. Quince, a tiro de tres, donde se incluyen ocho prórrogas. El resultado: cinco eliminatorias obligadas al 'todo o nada'. Las razones para trasnochar, todas y cada una de las veladas, están ahí, sobre la mesa. Que cada uno escoja la suya.
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