Mi otro yo. Coixet se queda fuera de lo paranormal

Mi otro yo. Coixet se queda fuera del mundo paranormal

 Mi otro yo enfoca a varios temas inquietantes: el enfrentamiento de adolescente a su propia identidad y su amargo despertar a la vida adulta, que inevitablemente incluye el choque frontal con la certeza de la muerte de su padre. Basada en la novela de terror psicológico de Cathy Mc Phail, la polifacética directora Isabel Coixet se lanza por primer vez al cine dirigido al público joven con hambre de emociones irracionales.  Mi otro yo es la historia de Sophie Turner (Shasha en Juego de Tronos), una adolescente cuya infancia se resquebraja cuando su padre se enfrenta a un cáncer terminal (Rhys Iphans) y a la vez empieza a sentir una inquietante presencia que convierte su vida cotidiana en una pesadilla repleta de paranóicas sensaciones. Coixet es una cineasta que maneja con soltura y sutileza el sufrimiento y las emociones perturbadoras, sin embargo en Mi otro yo, que ella misma ha adaptado, se queda pegada a una estructura muy simple construida a base de sustos subrayados por una banda sonora obvia y una ambientación siniestra, como mandan los cánones del miedo tradicional. Toda la película desprende un aroma de cansancio y falta de imaginación: esa condiscípula aborrecible, el túnel subterráneo repleto maleantes amenazantes, así como la madre ausente y la ridícula vecina que ve cosas raras que interpreta vergonzantemente Geraldine Chaplin.

Ni miedo ni reflexión ni sorpresas. Isabel Coixet ni siquiera se ha dignado a pisar las sombras del mundo paranormal que nos quiere vender. Mi otro yo es un ejercicio de estilo que no llega al aprobado raspado, impropio de una directora brillante y original, incluso cuando se equivoca. Lo peor de Mi otro yo es su frialdad y lejanía, sencillamente no creía en su proyecto y eso se nota. Coixet brinda su oficio tanto a la dirección de actores, la joven Sophie Turner está correcta, como a la puesta en escena, pero no es suficiente para atraer al espectador hacia el mundo de sombras. María Guerra