Vergüenza torera

He de confesarles que tengo una enorme curiosidad -imagino que muchos de ustedes también- por saber cómo termina la historia de Jordi Pujol, de la familia Pujol; que ha sido el gran culebrón del verano y desde luego uno de los terremotos políticos y sociales más fuertes de los últimos años.

Ya saben que hoy esta historia ha vivido un capítulo destacado con las andanadas que ha lanzado en el Congreso el ministro de Hacienda sobre quien fuera presidente de Catalunya durante 23 años y con la decisión del propio parlamento catalán de reclamar su comparecencia. Pero es que hay un peligro en toda esta historia, una derivada que sinceramente espero que no nos acabe contaminando: el riesgo -o la tentación- de convertir a Pujol ya sea en víctima o en arma arrojadiza. Y me explico.

El ministro Montoro ha aprovechado hoy su comparecencia para vincular al que seguramente sea el personaje más detestado ahora mismo en todo el país, para vincularlo con el independentismo, cosa cierta porque Pujol se declara como tal, pero absolutamente innecesaria. Y un poco zafia, la verdad. Pero es que la respuesta desde la Generalitat no se ha quedado atrás: ha dicho su portavoz, Francesc Homs, ha exigido al gobierno español que respete al adversario político y ha insistido en que el Estado aprovecha todos sus mecanismos para atacarles.

Bueno, dos cosas: Cristóbal Montoro nos tiene acostumbrados a sus excesos verbales y algún día alguien debería decirle que ponga el freno. Pero el partido de Pujol, Convergéncia, quienes han estado tantos y tantos años a su lado, y han compartido tantas cosas con él, tantas, que ahora no pueden adoptar el papel de reina ofendida, no les queda bien. Estarían mejor en un discreto silencio y tocando madera para que este escándalo, que para nada es un asunto privado, no acabe salpicándoles más de la cuenta.