La taxista visceral

No sé qué pasa, pero hay días que uno parece que se levanta con el pie izquierdo; o al menos que tiene mala suerte. Esta mañana venía yo tranquilamente a la radio, con la intención de no darles más la brasa con el tema de Catalunya si no era estrictamente necesario. Al fin y al cabo todo sigue igual, nadie ha movido ficha después de la concentración de ayer en Barcelona. Resulta incomprensible pero es así: seguimos con esa colisión absurda entre el derecho a votar y el respeto a la ley, dos factores que deberían complementarse pero que aquí colisionan.

Total, que tenía yo ganas de abordar otros asuntos aquí en 'La Ventana', y lo vamos a hacer, pero tengo que contarles la conversación con la taxista que me ha traído hoy. Era una mujer joven, tendría treinta y tantos, quizás cuarenta años, simpática, habladora, muy interesada por la información. Hemos hablado de Putin, de Botín, y a la altura de Cibeles ella -no yo- ha sacado el tema de Catalunya. Y ahí la conversación ha mutado en monólogo hasta la puerta de la radio, han podido ser tres cuatro minutos pero mi amiga compañera taxista los ha aprovechado al máximo.

Primero ha preguntado: "¿La Diada o a la liada? -me ha dicho- Porque hay que ver la que tiene liada los dichosos catalanes". Después ha venido el tema de la lengua, el dinero, que porqué siempre pidiendo, que por qué no preguntan a los españoles si quieren a los catalanes, que mira tú el Jordi Pujol, y más y más y más, con algún insulto entre medias, hasta llegar a la siguiente conclusión: "aquí deberíamos construir una gran muralla china y llenarla de agua para que se ahogaran todos". A lo que yo, antes de pagar, no he podido por menos que decirle: "Un poco drástico, ¿no?". A lo cual ha sonreído y ha dicho. "Pues igual sí". Moraleja, aún hay esperanza.

He querido contarles esta anécdota, porque así lo considero: una anécdota, que podía haber ocurrido a la inversa en un taxi de Barcelona, sólo para compartir el miedo que me da que las vísceras acaben ocupando el espacio de la razón. Y sólo para insistir en que quienes lo tienen en su mano se pongan las pilas de una puñetera vez.