La Isla Mínima. Crimen y corrupción al microscopio.
La Isla Mínima. Crimen y corrupción al microscopio. La película arranca con un plano aéreo sobre las marismas del Guadalquivir, un plano deliberadamente ambiguo (¿es un célula?) que convierte la cámara en un microscopio que disecciona la fauna humana (y política) que habitaba uno de los parajes más inhóspitos de Andalucía. Con esta declaración de principios visual, el director sevillano Alberto Rodríguez (Grupo7, 7 Vírgenes, El Traje) se adentra en el territorio del thriller – un asesino en serie viola y descuartiza a adolescentes de familias humildes- y, en el más pantanoso todavía, origen de una corrupción endémica que solo cambió de uniforme desde el franquismo a la democracia. La acción se desarrolla en el sofocante verano de 1980, cuando aparecen muertas y torturadas dos hermanas, hijas de un pescador enjuto y torvo, que en un par de escenas clava Antonio de la Torre. De Madrid llega pareja de policías para investigar un caso: Raúl Arévalo, joven y entregado a la causa democrática, y Javier Gutiérrez, un policía veterano de vuelta de todo. Rodríguez consigue trenzar esta maraña de elementos y la convierte en una historia tensa y desasosegante, visualmente deslumbrante, ambientada en lo rural sin estridencias y sólidamente apoyada sobre la interpretación de Arévalo y Gutiérrez, que huyen del tópico de pareja de detectives. Javier Gutiérrez, actor bregado y extraordinariamente sobrio, compone un personaje inquietante y complejo, de gran profundidad y matices siniestros que reflejan los males de este país. Sencillamente, espléndida. María Guerra
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