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CRÍTICA DE CINE

Eterna espera

Llega la nueva entrega de Los Juegos del Hambre, la saga adolescente que habla de la revolución y que protagoniza Jennifer Lawrence

Madrid

Un año más padecemos el goteo de sagas que se estiran sin piedad y dejan al espectador colgado en un falso final. Los Juegos del Hambre, Sinsajo 1 es la ración de emoción interrumpida que Hollywood brinda a la legión de fieles seguidores de Los Juegos del Hambre, la novela de Suzanne Collins que arrancó su rutinario tránsito al cine en 2012 y que en esta entrega solo ofrece un cursillo viejuno de propaganda política y marketing.

Quizá consuele a los fans que valoran la literalidad de la adaptación, pero que aburre al espectador neutral que espera acción y emoción sin más. Después del grado de sadismo desplegado las dos primeras entregas, en las que se sirvió a los adolescentes cacerías humanas de menores de edad, no sería pedir mucho que, por lo menos aligerasen los sermones y sirvieran la victoria rápido. Pero no. Aquí se trata de hacer pasta y de enmendar la brutalidad, que supuestamente critican ahora. Pero llamemos las cosas por su nombre: Los Juegos de Hambre 1 y 2 consistía básicamente en ver a adolescentes matar a otros adolescentes. Ahora, después de haber hecho caja dando carnaza a los chavales, toca redención y venganza.

Lamentablemente, esta tercera película padece todavía más las secuelas del tajo comercial que las anteriores: la odisea de Katniss Everdeen, Jennifer Lawrence, en su versión más apática y discursiva, se estanca en la preparación de la revolución final que destrone al tirano (impecable en su maldad Donald Sutherland). La acción se traslada a una zona liberada por los rebeldes y presididos por Julianne Moore, con melena canosa y en plan autoridad buenrollista, y un grupo de veteranos tránsfugas – el difunto Seymour Hoffman, Woody Harrelson- que se ocupan de convertir a Lawrence en una figura épica para que ahora, después de la matanza, gane la guerra de la ética ante las cámaras y las conciencias.

Sinsajo 1 avanza agónicamente entre discursos solemnes y los dilemas sentimentales de Jennifer Lawrence. Ausencia de acción e incluso de los excesos estéticos de la clase dirigente hacen de esta entrega, un tostón pardo.

 
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