Metamorfosis, de estadio de fútbol a pista de tenis

Todo comenzó instantes después de que Francia conociese su rival de cara a la final: jugaría con Suiza y en casa. Ante tal tesitura la FFT tuvo que dirimirse entre la tradición de la tierra batida y la obligación de jugar bajo techo.  Quizás sus jugadores asimilarían mejor una visita al frío pabellón de Bercy, más apto para la alineación francesa, sin embargo la presencia de Federer les hizo cambiar el guion y apostar a lo grande.

Buscando y rebuscando espacios posibles, la norteña ciudad de Lille fue la elegida. En concreto el estadio Pierre Mauroy acogería la final, un moderno complejo con techo retractil construido de cara a la Eurocopa de Francia 2016 y que costó 282 millones de euros. Que puede parecer caro, aunque quizás no tanto si se compara con los 300 que acabó costando la Caja Mágica.

A partir de ahí los franceses se afanaron en dejar un estadio perfecto, en el que todos los sitios tuviesen buena visibilidad y una comodidad aceptable. Prácticamente al nivel del mar y construida según el método de Roland Garros, los locales buscan una pista lenta que minimice las opciones de Federer y Wawrinka.

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El resultado lo veremos el fin de semana y dependerá de la pista, pero sobre todo de cómo esté la espalda de Roger Federer, si su espalda sigue maltrecha, dos partidos largos pueden ser una ventaja definitiva para Francia.