'Pride', para ser mejor persona

Madrid

Stephen Beresford, guionista de Pride, tardó veinte años en conseguir que alguien quisiera financiar su proyecto en el que un grupo activista de gays y lesbianas decide recaudar dinero para las familias de los mineros que se declararon en huelga en Inglaterra.  ¿20 años? ¡Si es una premisa fabulosa!

1984. Margaret Thatcher en su lucha contra el movimiento obrero empieza a cerrar minas en Reino Unido. El sindicato convoca entonces una huelga indefinida. Mientras, el S.I.D.A llega al país causando una gran alarma social. En este contexto, y durante la manifestación del orgullo gay en Londres, un grupo de jóvenes gays y lesbianas decide solidarizarse con los mineros y sus familias.

En el fragor por defender su causa, el grupo no pensó ni por un segundo que los destinarios de su recaudación representaban la heterosexualidad en su máxima expresión. Así, en un principio, los mineros rechazaron los donativos. Los activistas, lejos de rendirse, eligieron un pueblecito galés minero al azar y se presentaron en su disparatada furgoneta. El choque ideológico y cultural inicial fue potente, pero poco a poco ambas comunidades fueron acercando posturas.

La película está basada en hechos reales. Matthew Warchus la dirige y Steven Bersford la ha escrito en tono de comedia. Contaron con varios personajes reales y sus increíbles testimonios. El resultado es una película muy optimista que narra la hermanación de dos colectivos absolutamente diferentes que además cuenta con una banda sonora ochentera imprescindible.

Pride cumple con los requisitos del género de comedia social inglesa tan prolífica en los últimos tiempos; no cuenta con un presupuesto elevado, actores demasiado conocidos, y se sitúa en un contexto social complicado narrado en tono de humor.

No importan la manipulación emocional, el artificio, el buenismo imperante. No molestan, incomodan o importunan las asperezas ultralimadas de una historia dura y difícil per se. Es una película dirigida al gran público, y bien que hace. Nada de eso importa porque la honestidad reina en este relato que no hace sino empoderar al espectador y empoderar ese discurso de unión entre dos grupos absolutamente dispares (LGTB y mineros) luchando contra enemigos comunes: la ignorancia, pobreza de espíritu, crueldad e inutilidad de Margaret Thatcher y su gobierno.

El buen rollo, la vitalidad, la energía, confundidos con un sinfín de buenos valores desperdigados en la historia, te sumergen en la narración de lleno, y te dejas llevar e imbuir de todo lo que sucede en la pantalla. Pride es estupenda.