La soberbia

Madrid

La soberbia es el más complejo de los pecados porque puede operar como una virtud, una palanca que impulsa el movimiento. A menudo, detrás de la conquista de grandes logros se oculta la célebre frase “ahora os vais a enterar de quién soy yo”. Además, el verdadero antagonista de la soberbia no es una virtud, sino otro defecto, la falta de autoestima, de fe en en uno mismo. Por eso, la soberbia es como una mochila de nitroglicerina que algunos, por suerte o por desgracia, llevamos siempre a cuestas. Es necesario tratarla con cuidado, porque de lo contrario, explota en el primer bache.

Llevo toda la vida reflexionando sobre el principal de mis defectos, pero nunca he visto tanta soberbia a mi alrededor como ahora mismo. Díez acapara las críticas, Floriano hace el ridículo al decir que si el PP fuera de izquierdas sería perfecto, pero los comentarios de Rajoy sobre la extrapolación o no de las andaluzas, la resistencia a analizar errores que ha hermanado a casi todas las fuerzas políticas esta semana, y hasta algún comunicado de ruptura sentimental, son variedades de una sola soberbia. Muchas reacciones al accidente de Germanwings están a la misma altura. Antes que aceptar que los humanos somos frágiles, mortales, antes que admitir que las medidas de seguridad posteriores al 11-S pueden haber causado, al menos parcialmente, la catástrofe, se buscan culpables que preserven la legitimidad de nuestra soberbia, el pecado de Occidente. Todo vale, cualquier cosa, con tal de que siga habiendo buenos y malos, y de que los buenos lleven siempre la razón.