'El Capital Humano', todos somos mercancía

Madrid

La coincidencia ha querido que esta semana en la cartelera coincidan dos películas de países del sur de Europa -España e Italia- que hablan de la codicia y la obsesión extrema por el dinero en la sociedad de la crisis económica. Una es la cinta de Gracia Querejeta, Felices 140; la otra, es El Capital Humano, una película italiana que mezcla el culebrón familiar con el thriller para fotografiar a la codiciosa sociedad italiana.

Como en la combativa y antiburguesa Muerte de un ciclista (1955), de Juan Antonio Bardem, en El Capital Humano el drama se desencadena con el atropello de un ciclista. Un lujoso todoterreno se da a la fuga y tres familias resultan involucradas en tamaño suceso. Tres familias que representan tres clases sociales. Los millonarios, que juegan a su antojo con créditos, subvenciones, gastos y demás acciones económicas; la clase media, obsesionada por alcanzar a los millonarios, y el escalafón más bajo de aquellos que se mueven en la frontera que separa el sistema de la marginalidad.

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La dicotomía entre principios o supervivencia centra la base de este relato basado en la novela homónima del estadounidense Stepehn Amidon. A la hora de la adaptación, la grandeza de Paolo Virzì, director de cintas como La Bella Vita, La prima cosa bella, es haber trasladado, sin perder ni un solo matiz, la acción de la Cunnecticut de la pasada década a la Italia septentrional de nuestros días. Esa Italia que, por elegante, creemos alejada de la rampante corrupción sureña y, sin embargo, está igual de carcomida. Considerado un cronista de aquel país, Virzì realiza un despiadado estudio sobre el dinero que tiene como resultado un entretenido thriller con intriga criminal y culebrón familiar, sin dejar de lado la crítica social.

Virzì, que arrasó en los Premios Donatello, decide comenzar por el final, con la escena de ese accidente, para construir la historia en cuatro episodios donde se narra la tragedia griega que afecta a estos personajes desde distintos puntos de vista, emulando, de alguna manera, al Rashomon de Kurosawa, con atmósfera noir y grandes interpretaciones; sobre todo, la de Valeria Bruni Tadeschi -en el papel de señora rica que quiere tener sentimientos-, o la jovencísima Matilde Gioli, un personaje bueno pero que no escapa a la mácula de ese individualismo egoísta que emana de la sociedad capitalista de nuestros días.

Al hilo del atentado en Kenia, ha resurgido el eterno debate sobre por qué unas vidas valen más que otras. De eso habla la balzaquiana El Capital Humano, que alude al concepto utilizado por las aseguradoras para poner precio a la vida de una persona. La crisis ha agudizado el vacío moral de una sociedad en general, no solo de sus clases altas. La angustia que genera el dinero, la de aquellos obsesionados por multiplicarlo y también la de quienes temen perderlo, es la pauta que guía las relaciones de la sociedad decadente que habitamos.