La resurrección del trovador maldito
Malcolm Holcombe es una de las grandes voces de la música americana y su vida, un ejemplo de cómo cambiar de ruta cuando la carretera que sigues te lleva al infierno
Hubo un tiempo en el que la gente habló de Malcolm Holcombe en pasado. Los que le conocían le daban por muerto, solo era cuestión de tiempo que desapareciese para siempre como una de esas estrellas fugaces que pasan tan rápido ante tus ojos que realmente no sabes si ha ocurrido o lo has soñado. Holcombe se había bebido la vida sin pensar en nada, escapando de todo. Aunque entre ratos de sobriedad y lucidez fue dando forma a una obra que ahora, alejado de una vida que ha dejado un imborrable recuerdo en su rostro, brilla como el trabajo de un genio sin estrella, de uno de esos nombres a los que solamente el tiempo y la distancia acabarán poniendo en el lugar que merecen.
Nacido en las montañas de Carolina del Norte, Holcombe sufrió de niño la pérdida de sus padres y pasó años viviendo como un vagabundo aferrado a su guitarra y con un puñado de canciones como consuelo, como el testimonio vital de un hombre que ha recorrido los Estados Unidos de esquina a esquina viendo la realidad de la calle con sus propios ojos, durmiendo en antros, escuchando a esa gente a la que cantaba hace décadas Woody Guthrie. En ese mundo sin héroes ni derrotados fluyen las canciones de un hombre con la voz de un Bob Dylan maltratado que soporta sobre los hombros el peso de una vida dura que dota a sus canciones de una profunda honestidad.
A finales de los ochenta, Holcombe llegó a Nashville en autobús. “Una chica que olvidé hace años me pagó el billete para llegar hasta allí”, recordaba en una entrevista. En la capital de Tennessee encontró trabajo como friegaplatos de un popular restaurante rodeado de locales de música en vivo. El dueño, aficionado a la música, solía organizar fiestas con actuaciones en directo y en esas noches brillaba Holcombe, que a petición de su jefe dejaba sus tareas, cogía la guitarra, subía al escenario y presentaba sus canciones. Luego, mientras el asombro permanecía en aire de la sala, volvía a la cocina como si nada para seguir con sus cosas. En 1994 debutó con ‘A Far Cry From Here’ y en esa época inició su caída sin fondo. Siguió trabajando, perdiendo oportunidades, ahuyentando ofertas. Pasó de la industria y abrazó una vida que le destrozó por completo. Una vida de vagabundo ausente que le llevó por los caminos más oscuros alejado de cualquier éxito. Steve Earle, que también vivió su propio descenso a los infiernos de la heroína dijo de Malcolm que era el mejor compositor al que había echado de su estudio de grabación.
La ruta de Holcombe iba directa al cementerio hasta que Cyndi, su mujer, se cruzó en camino. Dejó la mala vida y se centró en su carrera musical y en restaurar su vida. Se fueron al campo, compraron un perro y tuvieron un hijo. Ya era tarde para recuperar las oportunidades perdidas o ignoradas, pero no para volver a luchar, a grabar, a escribir, sobre todo gracias al impulso de su esposa, que se encarga de gestionar su carrera y de ayudar con las letras de las canciones. En los últimos años, el cantante y compositor ha firmado algunos de los mejores trabajos de su carrera. Una discografía que engancha por su fuerza, por esa capacidad de llegar a los escondites más recónditos del alma donde las canciones no se miden por su éxito sino por su capacidad de conmover, de captar los sentimientos que todos compartimos. Allí, en ese campo, las canciones de Malcolm compiten con las de los más grandes.
Tras una etapa oscura demasiado larga, Malcolm ha vuelto a una vida ordenada. Fijó su residencia en su tierra natal y se centró en la música. Los años de abuso han dejado una profunda huella en su físico y en su memoria, pero su capacidad para dibujar historias y retratar personajes permanece intacta. La obra de Holcombe emociona desde la primera nota, desde el primer rasgueo al último verso de unas canciones tan intensas como poderosas.
En el último lustro han aparecido unos discos que captan a la perfección la obra de ese hombre redimido. ‘To drink the rain’ (2011) y ‘Down The River’ mostraron que Holcolmbe había regresado del fondo del olvido y el año pasado editó ‘Pitiful blues’, un álbum grabado en el estudio del patio trasero de su casa y que muestra el lado más crudo de este trovador que ilustra la portada de su último trabajo con el retrato de un esqueleto con guitarra cantando en un bar vacío, un retrato de lo que ha sido la carrera de uno de los talentos más ignorados de las últimas décadas. Un hombre triste y renacido que destrozó su vida dando profundidad a su voz y a sus historias, una mezcla cruda y hermosa en un artista que nunca consideró que hacer canciones fuese un trabajo o que su obra tuviese algún mérito a pesar de que ‘Pitiful blues’ sea uno de los álbumes más cautivadores de los últimos años.