Ryan Bingham ha conocido las dos caras de la suerte, la que te golpea con fiereza y la que te roba sonrisas. Su vida se ha movido entre esos esos extremos, entre la fortuna y el desastre. El músico estadounidense viene de una zona desolada de Nuevo México, un lugar que ha marcado su forma de ser y el sonido de su música. “Es muy plana esa zona y puedes mirar a cualquier lado y ver grandes explanadas. Hay mucho lugar para la imaginación, no hay mucho que hacer así que tienes que ser creativo para encontrar maneras de entretenerte a ti mismo”, comenta el cantante en ‘Hora 25’. Hijo de unos padres ganaderos con problemas con la bebida, Bingham se inició en el mundo del rodeo de la mano de uno de sus tíos. “Crecí una parte difícil donde tienes que ser bastante duro para sobrevivir, pero tengo buenos recuerdos del mundo del rodeo. Creo que aprendí bastantes cosas durante el viaje y guardo bastantes buenos amigos de aquella época”, señala Bingham. La música tardó en llegar a la vida de Ryan. A los 16 años su madre le regaló una guitarra, pero tardó tiempo en lanzarse a tocarla porque no conocía a nadie que supiese enseñarle. Bingham guardó el instrumento en un armario hasta que conoció a un chico que le enseñó a tocar ‘La Malagueña, una canción clásica que también fue la primera canción que aprendió Keith Richards de los Rolling Stones. “Me cansé tanto de esa canción que acabé escribiendo mis propias canciones”, bromea el músico. En 2007, tras varios años trabajando duro, Ryan entró al estudio y grabó ‘Mescalito’, un disco que colocó en el mapa a este chico y que fue un punto de inflexión en su vida. “De algún modo supuso un gran alivio”, explica Bingham. “Llevaba años en la carretera viviendo en una furgoneta y conducíamos cientos de kilómetros cada día de bar en bar, el coche rompía a menudo, no teníamos dinero, pasábamos hambre. Firmar ese contrato me animó mucho. Esta puede ser una vida muy dura cuando piensas que no vas a ningún sitio. Firmar ese contrato para sacar un disco de verdad fue genial”, relata. Tres años después de aquellos días de furgoneta, Ryan se llevaba un Oscar, un Grammy y un Globo de Oro por ‘The weary kind’, una canción compuesta junto a T-Bone Burnett para ‘Corazón Rebelde’, la película interpretada por Jeff Brigdes. “Aquello fue surrealista”, explica Bingham. “Eso no es algo a lo que aspires, son cosas que te pasan y que no te esperas. Fue un lujo trabajar con T-Bone y participar en ese proyecto. Todos los días Jeff Bridges se pasaba por mi camerino y charlábamos un rato de música y repasamos el guion”, añade. Aquella pequeña canción se convirtió en un gran éxito, en un tema popular que consagró a Bingham y que se convirtió en un habitual en su repertorio, en una de esas canciones por las que la gente paga una entrada. “Tengo una relación interesante con esa canción”, apunta el músico. “La escribí después de leer el guion de la película. El personaje de Jeff Bridges me recordaba a mi padre y a mucha gente que conocí de niño por lo que es una canción que surge de la película pero que también es personal porque hay muchas cosas de mi familia. Es difícil tocarla, tengo muchas canciones que son difíciles de tocar porque sacan viejos recuerdos, pero suelo tocarla a menudo”, relata. El éxito de aquella canción cambió la vida de Bingham. “Me comenzaron a salir mejores conciertos en mejores salas y a llamar de más sitios”, confiesa. A pesar de ello, Ryan siguió adelante con su carrera, aunque en lugar de tocar en bares de pueblos perdidos compartió escenario con Wilco o Bob Dylan. “Aquello fue una pasada”, admite. “Soy muy fan de ambos y fue la mejor experiencia profesional de mi carrera”. Con Dylan, incluso tocó. “Nos fue llamando a los que estábamos en la gira para tocar alguna canción con él. Yo toqué ‘The weight’ y fue alucinante”. Esa experiencia inolvidable precedió a la muerte de su madre y el suicidio de su padre, dos eventos que marcaron ‘Tomorrowland’, un disco en el que la oscuridad se apoderó de Bingham. La música se convirtió en ese momento en una especie de terapia. “La música siempre ha tenido ese poder en mí, eso fue lo que me enganchó a la música, a escribir canciones. Me gustaba tocar la guitarra pero cuando empecé a poner mis emociones en canciones a los 20 años, no tenía mucha gente con la que hablar, y se convirtió en una herramienta para sacarme las cosas de dentro. No era algo que hiciese pensando en hacer una carrera en la música, era algo que hacía para mí”. Tras esos golpes, Bingham conoció la otra cara de la suerte, la positiva. “Encontré el amor”, explica. “Casarme es una de las mejores cosas que me han pasado. Durante mucho tiempo estaba solo en la vida y sin una dirección, sin sentido de la familia. Ahora tengo una niña pequeña y soy feliz. Estoy agradecido por vivir de la música y tener un público. En conjunto ha sido un viaje increíble y me siento afortunado por ello”.