Optimismo
España, y Cataluña aún en ella, se ha convertido en un teatro gigantesco donde se representan ficciones dramáticas con pésimos textos y espectaculares escenografías

Madrid
No se lo van ustedes a creer, pero empiezo a ver la luz al otro lado del túnel. No hablo de la economía, porque la doy por perdida. Tampoco del cambio climático, al que no prestamos atención pese a que es lo más grave de cuanto sucede a nuestro alrededor. No, aunque no se lo crean, hablo de política. No de los políticos, sino de la política.

JAVIER JIMÉNEZ BAS

JAVIER JIMÉNEZ BAS
La aplicación enloquecida e irresponsable de un principio perverso, cuanto peor, mejor, es decir, en río revuelto, ganancia de pescadores, ha disociado a los políticos de los intereses de los ciudadanos. España, y Cataluña aún en ella, se ha convertido en un teatro gigantesco donde se representan ficciones dramáticas con pésimos textos y espectaculares escenografías. Las ideologías están arrumbadas en un desván y sus nombres ni siquiera son palabras, sino una cuestión de fondo de armario, porque los instintos básicos han desplazado al pensamiento. Ser revolucionario es llevar camiseta. Ser conservador, ponerse una corbata. La dignidad de las personas es la moneda de cambio en un descarnado cambalache sin más horizonte que la conquista del poder. ¿Cuánto puede durar esto? El género humano nunca volverá a ser la Internacional pero, si el planeta no se nos muere antes, tendrá otro nombre. Tal vez, cuando llegue el momento, yo ya no tendré fuerzas para cavar trincheras, pero otros lo harán por mí sobre las ruinas de las viejas barricadas. Porque sin esperanza no se puede vivir. Porque estamos perdiendo demasiado deprisa todo lo que merecía la pena conservar. Porque esto ya no hay quien lo aguante.




