La hora de los debates
Para Rajoy y el equipo que le asesora, los debates siguen siendo un instrumento más que utilizas o no según tus necesidades o expectativas electorales. Para el resto, una obligación
Madrid
A la hora de plantearse un debate electoral, no se juega lo mismo el partido que está en el Gobierno que el que aspira a gobernar. Es obvio. La diferencia entre el Partido Popular y el resto de formaciones con expectativas de conseguir un importante número de votos, empezando por el PSOE, es el modo en que han interiorizado un componente esencial de cualquier campaña. Para Mariano Rajoy y el equipo que le asesora los debates siguen siendo un instrumento más que utilizas o no según tus necesidades o tus expectativas. Para el resto, son una obligación con el electorado que no puedes eludir bajo ninguna circunstancia.
Por eso Pedro Sánchez se enfrentará este lunes a Albert Rivera y a Pablo Iglesias en el debate que organiza ‘EL PAÍS’, el primero que se realiza en la historia de la democracia española en formato digital. Será a las nueve de la noche, a través de la web de ‘EL PAÍS’, y Mariano Rajoy no ha querido comparecer. El equipo de campaña del PP ofreció en su lugar a la vicepresidenta del Gobierno, pero en un ejercicio de coherencia el diario se negó a aceptar esa sustitución. En primer lugar por respeto al resto de candidatos. Soraya Sáenz de Santamaría justificaba este viernes su presencia en los debates en lugar del presidente del Gobierno con el argumento de que son un equipo, y es lógico que se repartan su presencia a la hora de explicar lo que han hecho durante toda la legislatura.
La vicepresidenta sabe, sin embargo, que en una competición electoral no solo defiendes tus logros. Debes sobre todo presentar un proyecto de país para los próximos cuatro años, y no tiene sentido que ese proyecto lo exponga y defienda quien no se presenta para presidir el Gobierno y quien ni siquiera puede afirmar de modo cierto que vaya a formar parte de ese nuevo ejecutivo si el PP gana las elecciones.
Sánchez, el que más se la juega
Pedro Sánchez es el que más se la juega este lunes. La ausencia de Rajoy le deja a él como único representante de la ‘vieja política’ frente a las fuerzas emergentes, que no dudarán en lanzar sus dardos contra el candidato socialista. El líder del PSOE cree que podrá rebatir esa imagen. Sánchez defiende que no hay nueva ni vieja política, sino buena política frente a mala. El PSOE no tiene reparos en admitir su sorpresa y contrariedad por la incomparecencia de Rajoy, pero no ha dudado ni un solo minuto en que le tocaba estar presente en los debates. Es una cuestión de coherencia tras años de defender la necesidad de estos formatos en campaña, para que los electores puedan contrastar por sí mismos la oferta, la actitud y el modo de desenvolverse de cada candidato.
A pesar de su desventaja, el PSOE considera más razonable la negativa de ‘EL PAÍS’ a permitir que Sáenz de Santamaría sustituya a Rajoy, un modo de dejar claro que no se aceptan estratagemas electorales.
Un debate no es una tertulia
Albert Rivera y Pablo Iglesias llevan años de entrenamiento en tertulias televisivas. Ambos son buenos polemistas, como demostraron el pasado viernes al enfrentarse en la Universidad Carlos III. Fue un ejercicio elegante y vivo, pero plagado de interrupciones. Más allá de demostrar la brillantez propia a la hora de discutir, los ciudadanos esperan propuestas coherentes y serias de cada candidato. Quizá Sánchez pueda utilizar esa baza para demostrar que el PSOE, filigranas de estilo aparte, sigue siendo un partido con vocación y experiencia de gobierno.
En cualquier caso, resultó revelador, como el propio Rivera reconoce, que en territorio universitario, el entorno natural de Iglesias, el candidato de Ciudadanos cosechará el mismo número de aplausos.
Las estrategias electorales solo pueden medirse tras conocer los resultados, y la no comparecencia de Rajoy, si finalmente el PP obtiene un buen número de votos, quizá se relativice el día 21, pero en la historia de las elecciones en España quedará ya como un nuevo retroceso democrático en un momento en que la ciudadanía, según dicen las encuestas, exige justamente lo contrario.