Harto de corrección
"No puedo evitar preguntarme dónde está el límite y si el afán por no molestar a nadie puede convertir nuestro lenguaje público –o incluso a nosotros mismos- en algo acrítico."
La opinión de Francino | Harto de corrección
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Madrid
No sé si les pasa a ustedes, pero tengo la sensación –cada vez más acusada- de que lo políticamente correcto nos puede acabar asfixiando; o cuando menos convirtiéndose en un incordio. Hoy he sentido claramente esa sensación al enterarme de que el Rijksmuseum de Amsterdam va a suprimir más de una veintena de vocablos para evitar posibles ofensas. Palabras como "negro", "indio", "enano", "esquimal", "mahometano".....serán eliminadas de los títulos de los cuadros en aras de una mejor convivencia, de una mejor aceptación. Y no es el único caso; hace apenas un par de días, otra polémica parecida salpicó el nombre de la escritora Enid Blyton, cuyas obras, aquellas inolvidables aventuras de 'Los Cinco', ahora reeditadas omiten referencias a delincuentes gitanos, por ejemplo, y transforman el papel que la autora otorgaba a las mujeres en roles más modernos.
Y con todo esto no puedo evitar preguntarme dónde está el límite y si el afán por no molestar a nadie puede convertir nuestro lenguaje público –o incluso a nosotros mismos- en algo acrítico. Hay una máxima periodística que dice que los "hechos son sagrados y las opiniones libres". Bueno, pues tal vez deberíamos extender el segundo concepto al menos al arte y la literatura, y al humor, porque a este paso el terreno de juego se nos va quedar cada vez más pequeño. Hoy, sin ir más lejos, Alemania vive un intenso debate porque sale a venta 'Mein Kampf', el libro donde Hitler condensó las ideas fuerza de su locura. Pero es una edición crítica, que añade claves para interpretar, entender y desmontar aquellas absurdas teorías que tanto dolor provocaron. Es una fórmula discutible, seguro, pero es una apuesta valiente: no escondamos la realidad –la historia en este caso-, tratemos de entenderla. Yo prefiero jugármela por esta vía a tener que estar pensando cada dos por tres qué digo para que nadie se moleste. Eso se llama autocensura. Y no conduce a nada bueno.