No era hospitalidad. Era censura
¿Hasta dónde llega la hospitalidad y el respeto por un visitante ilustre? Una cosa es no servir vino en el banquete y otra hacer el ridículo tapando las esculturas de desnudos por la visita de Rohani
No era hospitalidad. Era censura.
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Madrid
El primer ministro italiano, Matteo Renzi, tiene una costumbre bastante mortificante. Cada vez que recibe a un alto dignatario de un país de estricta observancia islámica, le da por tapar las esculturas de desnudos que puedan salir a su paso. Lo hizo el año pasado en Florencia, para agasajar al príncipe heredero de los Emiratos Árabes Unidos, y lo acaba de volver a hacer en los museos capitolinos de la preciosa plaza del Campidoglio, en Roma, para recibir al presidente iraní, Hasan Rohani. La estatua de la hermosa Venus Capitolina quedó, entre otras, tapada con paneles blancos.
Lo curioso de esta desagradable idea es que dicen que se pretendía no incomodar al presidente iraní, pero da la casualidad de que Rohani no es ningún pazguato que se pueda escandalizar por una estatua desnuda. De hecho, el presidente iraní estudió leyes en Glasgow y tuvo una época de intensa actividad diplomática que le llevó por medio mundo. Y por supuesto, se hartó de ver desnudos sin que haya constancia de que se desmayara en ningún caso.
La cuestión es, ¿hasta dónde llega la hospitalidad y el respeto por un visitante ilustre? Una cosa es no servir vino en el banquete oficial, por ejemplo, y otra hacer el ridículo. Porque lo que el séquito de Rohani le molestaba no era que su presidente se pusiera rojo ante una Venus, sino que las cámaras de la televisión iraní pudieran rodar, siquiera de refilón, esa imagen. Eso sí que les molesta: que los iraníes vean la venus; al presidente seguramente le importaba un bledo. Así que la hospitalidad no tiene nada que ver con lo ocurrido. Se trata, simple y llanamente, de censura. Lo de siempre.
Soledad Gallego-Díaz
Es periodista, exdirectora del periódico 'EL PAÍS'. Actualmente firma columnas en este diario y publica...