El viaje musical del hijo del esclavo
La historia de Abner Jay es una de las más soprendentes de la historia de la música. El hijo de un esclavo convertido en el último juglar del blues
La increíble vida de Abner Jay
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Con la vida de algunos músicos se podría hacer una buena película, con la de Abner Jay (1921) se podría escribir la gran novela americana del siglo XX. El relato de este este músico, hijo de un esclavo, daría para una road movie con el protagonista luchando para seguir el viaje de concierto en concierto, amenizando vidas duras y rurales con canciones de blues y góspel, con historias satíricas y humorísticas del día a día de aquella aventura. La historia de Abner Jay es la de un hombre anacrónico que vivió a su manera y cuya obra retrata una América lejana y olvidada.
Jay aprendió a tocar la guitarra de su padre en el campo de algodón de Georgia donde pasó su infancia. Allí fue aprendiendo de su abuelo, empeñado en trasmitirle su legado musical como el banjo de seis cuerdas de mediados del siglo XVIII que le regaló o el secreto para hacer música con huesos de pollo y vaca secados al sol, una vieja tradición ya perdida. A los 14 años, el joven Abner se había convertido en un hombre orquesta y estaba listo para emprender su viaje musical en solitario. Un viaje que durante años recorrió los pueblos del sur en una caravana adaptada con un pequeño escenario portátil. Abner paraba en cualquier lado, montaba el escenario y actuaba por unas monedas. Lo que no sorprendía tanto en los años cuarenta comenzó a ser algo exótico en los ochenta cuando el músico, que entonces tenía 60 años, hacía lo mismo en aparcamientos de centros comerciales.
Abner Jay, que se consideraba el último juglar del sur de EEUU, vivió años llevando sus canciones de pueblo en pueblo como los antiguos trovadores, trasmitiendo el legado de sus antepasados en canciones de blues y monólogos satíricos en los que hablaba de la Gran Depresión y de los tiempos que le habían tocado vivir. Pero su gran pasión era la música y sus ganas de salir adelante en aquel mundo hostil lo llevaron a prosperar. En los años cuarenta se convirtió en el manager de Sister Rosetta Tharpe, la primera cantante de góspel en vender un millón de discos. En esos años entabló amistad con Elvis, Muddy Waters o James Brown, e incluso llegó a actuar en el Teatro Apollo de Nueva York. Pero Jay no se convirtió en una estrella, tampoco era su objetivo. Él era feliz viviendo a su manera, con sus reglas, con la forma de vida en la que se había criado. “Mi padre era un hombre honesto que amaba la vida y que no se avergonzaba de nada. Le gustaba vivir como había crecido, cultivar su propia comida, construir su propia casa o beber agua directamente del río”, explicaba su hija en un reportaje de la BBC.
Con todo, la vida de Abner Jay está repleta de lagunas. En los sesenta registró sus primeras canciones para Poisson Apple Records y en los setenta creó su propio sello musical al que puso el nombre de su hija. En Brandie Records editó el grueso de su obra con carátulas escritas a mano en las que trazaba pistas de su biografía y alertaba al posible comprador. “Llévate este disco, cuando muera valdrá mucho dinero”. Una premonición de lo más acertada. Pero su historia está llena de leyendas y contradicciones dada su pasión a mezclar la ficción con la realidad tanto en su música como en su vida. Leyendas que hablan de siete esposas y dieciséis hijos, de años regentando burdeles o de una infancia durmiendo en graneros. Hay algo de verdad en esas historias, pero también mucha ficción, mucho mito en la vida de un hombre que se consideraba a sí mismo el gran músico de los EEUU.
La verdad es que Abner Jay era un músico fascinante de otra época, una muy lejana. Su obra relata la forma de vivir de aquellos años, pero también conectaba con su presente, con las drogas –fascinante su ‘Cocaine blues’- o con la guerra. Abner fue uno de los pocos artistas veteranos que escribieron canciones contra la Guerra de Vietnam, un tema muy popular entre los artistas jóvenes de los años sesenta. Pero Abner siempre se mantuvo alejado de la industria musical, a él le gustaba más ir a tocar a las puertas de un festival en su escenario portátil que hacerlo dentro del recinto. Editó sus propios discos y gestionó su propio sello encargándose de las portadas y de los libretos manuscritos en tercera persona con mano temblorosa. Abner Jay murió en 1993. Su muerte no llamó la atención. No hubo homenajes ni luto oficial. Pero sí se cumplió su premonición. Sus discos comenzaron a valer mucho dinero. “Mi padre siempre decía que su música sería grande cuando él ya no estuviese. Era su broma. Cuando la gente empezó a contactarme para preguntarme por su obra recordé aquella coletilla. No descubrí que estaba en internet hasta 2007, pensé que nadie se acordaría más de él pero hubo gente que descubrió su música y que le encantaba. Él no quería ser rico, quería que su música viviese tras él y lo ha hecho”, explicaba su hija Brandie en una entrevista. En 2009 un sello sueco reeditó algunas de sus canciones y desde entonces otros apasionados del blues se han sumado a la causa, pero el grueso de su obra se perdió para siempre y los discos más recientes siguen valiendo una fortuna. Aquel viejo trovador no tuvo éxito en la música, pero sabía que lo que estaba haciendo algún día tendría valor.