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Paseando por la infancia de Vila-Matas

Gemma Nierga y Enrique Vila-Matas recorren las calles que han marcado la vida y la literatura del autor, que acaba de publicar Marienbad Eléctrico

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Madrid

En el número 343 de la calle Rosellón de Barcelona vivió y se crio el escritor Enrique Vila-Matas. Uno de sus mayores recuerdos de esa casa es el patio donde jugaba al fútbol solo, o eso es lo que parecía, porque en su imaginación había 22 jugadores que competían en dos equipos de los que él mismo formaba parte. Y así, desde pequeño, Vila-Matas ya se agarraba a su imaginación para sentar las bases de su literatura. Ahora acaba de publicar Marienbad Eléctrico, un libro de género inclasificable que recoge el intercambio de ideas y conversaciones con la artista francesa Dominique González-Foerster –con quien coincidió hace 8 años– y en Hoy por Hoy con Gemma Nierga hemos querido recorrer junto a él las calles y lugares que de alguna manera le han servido de inspiración.

Enrique Vila-Matas: 'Prefiero que me llamen singular a raro'

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La librería donde compraba los tebeos se ha convertido en un bar; un parking ocupa ahora el espacio del cine Chile donde Vila-Matas disfrutaba no solo de las películas que se emitían en ese momento, sino también de los carteles que anunciaban las futuras proyecciones; una sucursal bancaria está en el lugar de la bolera donde pasaba algunas tardes y, al lado, se encontraba el barbero al que acudía cada semana. “Mi madre me dejaba allí mientras hacía sus gestiones y era un martirio”, ha confesado.

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El escritor tiene grabado su primer contacto con la muerte. En realidad fue en dos ocasiones: una cuando conoció que la madre de un compañero de escuela se había suicidado –lo recuerda cada vez que pasa por el sitio donde ocurrió– y la otra fue cuando salió de pesca con su familia y vio agonizar a los peces sobre las redes. “Cuando mi madre pasaba a la pescadería yo me quedaba fuera porque me desmayaba si veía peces muertos”, ha explicado. Desde entonces Vila-Matas le tiene mucho respeto –y rechazo– al pescado.

De sus padres también guarda recuerdos muy especiales, como cuando su madre le peinaba desde la cama antes de irse al colegio y ella continuaba durmiendo. Pero Vila-Matas no llegaba solo a la escuela sino con “la señorita acompañante”, una mujer cuyo trabajo consistía, precisamente, en asistir junto a él y a otros niños hasta la puerta del centro de Los Maristas, donde vivió una buena etapa. “Fue un aburrimiento feliz”, ha comentado sobre aquella etapa escolar en la que no tuvo ningún drama pero tampoco ninguna historia para contar.

Un trayecto que en su infancia recorría durante 5 minutos cada día y que sin duda ha marcado la creación de su pequeño y particular mundo literario. O singular, como el propio autor se define. “Prefiero que me llamen singular a raro”.

 
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