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LOS VILLANOS

Los malos siempre dicen la verdad, incluso cuando mienten

En la segunda entrega de los Elementos del Miedo centramos la acción en la importancia de los villanos

Madrid

Para el periodista y escritor Jesús Palacios, la vida es mucho más interesante cuando hay ‘los malos’ de por medio. En este segundo viaje al epicentro nuestros miedos nos detenemos en una de las figuras más importantes y envidiadas por todos nosotros: los villanos.  

Aunque siempre exista un héroe, los malos’ realmente son los protagonistas de la función porque sin ellos, no habría historias que contar. Son una abstracción de nuestros deseos más egoístas y oscuros. Hay algo en nosotros que nos invita a devorar, a asesinar, a destruir… y para liberarnos de dichos pensamientos, usamos esta figura. ‘El malo’ es un elemento de catarsis que calma la bestia que llevamos dentro.

De hecho, nuestra mente piensa de manera parecida a la de un asesino en serie. Lo único que nos diferencia es, que no nos atrevemos a hacer lo que ellos hacen. Pero, esta admiración por los villanos, ¿nos convierte en malos? Jesús Palacios tiene claro que sí. Según el experto, el ser humano lleva la maldad en sus genes, lo que sucede es que ha aprendido a canalizarla utilzando el cine o la literatura como métodos de expiación.

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Pero la maldad es necesaria. Sin sombras no existiría la luz. Ese status quo entre el bien y el mal es lo que nos permite seguir avanzando, evolucionar. El mal siempre acaba poniendo en aprietos al bien, aunque finalmente sea el bien el que repara todo daño provocado. Sin el Joker, Batman no seria más que otro aburrido millonario.

Quién mejor para explicar el papel de ‘los malos’ que un experto en la parte más oscura del alma humana. De esta manera define Jesús Palacios esta figura tan importante:

LOS VILLANOS DEL TERROR

Jesús Palacios

Creo que desde niño, cuando se estrenó la primera “Guerra de las Galaxias”, supe que hay tres tipos de personas, de amantes del fantástico y el terror: los que se identifican con Luke Skywalker, los que lo hacen con Han Solo, y los que lo hacen con Darth Vader –bueno, también hay quienes se identifican con la Princesa Leia, pero ese es otro tema-. Por supuesto, yo pertenezco a los que nos sentimos más a gusto con Darth Vader, transitando el Lado Oscuro. Por una sencilla razón: sin los villanos, sin los malos, que es casi lo mismo que decir sin el Mal, el cine en general y el fantástico y de terror muy en particular, carecería por completo de interés.

Los villanos del terror son los verdaderos protagonistas siempre de la función. No solo porque sean los principales actuantes en las historias del género, sin los cuales, de hecho, no habría historia que contar, sino sobre todo porque son aquello que nosotros, como espectadores y lectores, envidiamos y queremos secretamente ser… aunque sin sufrir las consecuencias, por supuesto. Incluso con el consuelo de que, al final, siempre o casi siempre resultan vencidos, pagando por su maldad. Así, podemos sentirnos por un lado identificados con ellos, vehiculando nuestros instintos más egoístas, violentos y agresivos, nuestros vicios privados de razón, y al tiempo exorcizarlos, condenándolos moralmente y celebrando el triunfo de las fuerzas del bien. Hasta la próxima vez, por supuesto.

Pero, en el fondo, los villanos son los que siempre ganan, porque, vamos a ver, las mejores obras clásicas del género… ¿cómo se titulan? “Drácula”, “Frankenstein”, “El retrato de Dorian Grey”, “El Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, “El monje”, “La noche de los muertos vivientes”, “King Kong”, “La Momia”… Es decir: el nombre del malo, del monstruo, del villano. Creo que con la excepción de “El Exorcista”, pocos clásicos del terror utilizan al “bueno” de la historia en su título, por razones obvias. ¿Quién se acuerda de Sir Nayland Smith? ¿De Fandor? ¿De Jonathan Harker? Pero a todos se nos ponen los pelos de punta al escuchar los nombres de Fu Manchú, Fantomas o Drácula.

Los villanos del terror, aunque nos provocan escalofríos cuando nos imaginamos como sus víctimas, se convierten también en encarnación envidiada de nuestros deseos más oscuros y, por supuesto, condenados social y moralmente. Si por un lado simbolizan el “ello” con su informe caos e instintos primordiales, son también un “súper yo” que no nos atrevemos a reconocer, pero que realizamos a través de la identificación vicaria con sus personalidades y hazañas perversas.

Queremos ser inmortales como los vampiros, reinar de noche y alimentarnos de la sangre de nuestros semejantes sojuzgados. Queremos asesinar a quienes detestamos sin ningún escrúpulo ni cortapisa, como un Hannibal Lecter o un Jack el Destripador. Queremos destruir, devorar y masacrar la sociedad que nos encarcela con todas sus leyes, restricciones y normas, como zombis caníbales y descerebrados. Queremos conquistar el mundo y ponerlo a nuestros pies, como el Dr. Mabuse o Fu Manchú. Robar el secreto de la vida eterna, vencer a la muerte, al tiempo y al propio Dios, como el Dr. Frankenstein y sus émulos…

¿Somos malos por preferir al villano que al héroe? Por supuesto. Pero lo somos de forma inofensiva, estética, catártica y hasta terapéutica. Contrariamente a lo que pensaba Rousseau, el hombre es malo por naturaleza. Solo la sociedad, la cultura y la civilización nos ofrecen la posibilidad de controlar nuestros impulsos primitivos, nuestro gen egoísta y violento. Y, sobre todo, el arte, la literatura, el cine… El género de terror es, precisamente, la principal salvaguarda de nuestra cordura, porque nos permite ser malos, pero realmente muy malos, de hecho, perversos y malvados como solo soñamos en nuestra más oscura intimidad, tan oscura e íntima que ni siquiera a menudos nos la podemos confesar a nosotros mismos. Pero siempre, como forma de exorcizar y ejercitar de manera sana, lúcida e individualizadora esa maldad básica, que es también, como el miedo, un mecanismo de defensa necesario para el ser humano completo. Pese a lo que muchos piensan, el género de horror es la perfecta escuela para comprender y aceptar la verdadera naturaleza humana y ello, sobre todo, gracias a los villanos, los malos, los monstruos, que no son sino encarnaciones arquetípicas ficcionales de nuestros propios impulsos y pulsiones secretas.

Al final, por supuesto, está el Diablo. Satán, Lucifer… que es al mismo tiempo que uno, todos los villanos que en el mundo han sido. Drácula, Fu Manchú, Fantomas, el Dr. Frankenstein, el pobre Aleister Crowley, Charlie Manson, Hannibal Lecter, Melmoth, el Monje Ambrosio, Darth Vader, Moriarty, Alraune y toda femme fatal que se precie… Todos son emanaciones del Señor de las Tinieblas, todos nos muestran las mil caras del diablo: la lujuria, la avaricia, la ambición… Todos los pecados capitales, uno a uno. Y aunque siempre parecen perder la partida en la ficción, sabemos que la ganan, porque, en realidad, sin ellos no habría nada que contar, al menos, nada interesante. Porque son ellos quienes nos dicen la única verdad que puede iluminarnos desde su profunda oscuridad: que ellos somos nosotros.


PELÍCULAS (por orden de aparición)

Nota: Todas las citas leídas en este Elementos del Miedo son del autor norteamericano Thomas Ligotti.

 
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