"Rájale la garganta ahora que está de espaldas"
El investigador José Precedo nos introduce en la mente de Francisco García Escalero, conocido como "el Matamendigos", asesino en serie, necrófilo y caníbal. Según él decía, no era él quien actuaba, sino las voces.
Madrid
Todos los asesinos en serie matan. Todos suelen hacerlo con modus operandi monótonos, tozudos, repetitivos. Pero cada uno lo hace por una razón. ¿Por qué matar? ¿Por qué así?
El periodista José Precedo dibuja en este Caso Real el perfil de Francisco García Escalero, apodado por la prensa de mediados de los 90 como “El Matamendigos”. Acabó con la vida de 11 personas, y en todos los casos, según contaba, se limitó a obedecer a las voces que le obligaban a hacerlo: ellas le decían a quién, cómo y cuándo debía asesinar.
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Su carrera delictiva se inició a una edad temprana, pero el punto de giro lo dio con la violación de una joven en compañía de dos amigos. Aquel delito le valió 12 años de pena de prisión, y es posible que fuera en esta época cuando se fraguó al posterior asesino. Dormía en compañía de animales muertos y allí empezó a oír las voces que le acompañarían en sus asesinatos y hasta su propia muerte en 2014 en la prisión de Fontcalent.
Diagnosticado de psicopatía y esquizofrenia, Escalero pasó buena parte de su vida entrando y saliendo de hospitales y centros psiquiátricos, muchas veces de manera voluntaria. Nacido en 1954 en Madrid y criado en una zona de chabolas cercana al cementerio de la Almudena, mostró desde pequeño comportamientos suicidas (se lanzaba a los coches) y una tendencia acusada a la soledad (le gustaba pasear por las noches entre los nichos del cementerio).
Escalero tenía escasa formación, una constitución física débil y varios problemas mentales. Nunca salió de la marginalidad, y fue en el ambiente de la mendicidad madrileña donde escogió a sus víctimas. Así ganó su apodo.
Sin embargo, el Matamendigos no era un serial killer que buscara la notoriedad, ni la atención de los medios o siquiera de la sociedad. Él “se entregó” en repetidas ocasiones ingresando voluntariamente en centros psiquiátricos, declarándose culpable, acosado por las voces e incidiendo en su empeño por quitarse la vida. Y a pesar de su cuadro, o quizás precisamente por él, le dejaron salir en cada ocasión.