La impresora de uñas
Una máquina para personalizar el diseño y que los dedos luzcan a gusto del consumidor, que ahora también puede comerse el esmalte con sabor picante
Se cree que la costumbre de pintarse las uñas existe desde 3.000 años antes de Cristo. Casi nada. Pocas modas han sobrevivido tanto, sobre todo desde que las tendencias son de consumo rápido: en lo que tarda un hombre en dejarse barba hipster, seguro que dejan de llevarse las barbas hipster (si es que la palabra hipster sigue estando de moda a día de hoy). El pintado de uñas, como todo, también tiene sus innovaciones y merece su lo último no, lo siguiente.
El esmalte convencional puede estar muy bien. Las incrustaciones, los adornos que se pegan sobre las uñas ya fueron un avance que en algún caso excesivo confiere un aspecto kitsch. Así que el Nailbot no deja de ser un negocio, como tantos, con cierto riesgo. Estamos ante una impresora de uñas. Conectamos el teléfono móvil a la máquina, elegimos la imagen (que puede ser desde un emoticono presidseñado hasta una fotografía previamente realizada) y ponemos el dedo, la uña, sobre el soporte, como si fuera el folio.
Comerse las uñas está mal visto, pero es un tic irrefrenable para millones de personas. Pero, ¿y lamer las uñas? ¿Lo que sería, literalmente, chuparse los dedos? Tampoco queda muy bien. Salvo que haya una excusa: "Oiga, es que saben a picante". KFC, la cadena de pollo frito, ha lanzado esmaltes comestibles. Pintar, secar y comer con dos posibles sabores: Original y Hot & Spicy -el picante-. No hay muchos detalles más, pese a que lo recogen muchos medios estadounidenses. Y asalta una duda: ¿realidad o truco de marketing?