El día en que el cine llegó a España
El 14 de mayo se cumplen 120 años de la primera proyección de cine en nuestro país.
Madrid
Retrocedamos en el tiempo hasta aquel mayo de 1896. La Carrera de San Jerónimo es por entonces una de las vías más distinguidas de la capital. Una calle repleta de cafés, tiendas y hoteles, paseo obligado de la burguesía madrileña al caer la tarde. Son las fiestas de San Isidro y la ciudad entera bulle de alegría y ganas de diversión. Multitud de forasteros, apodados cariñosamente “isidros”, han llegado a Madrid para disfrutar de los bailes al son del organillo, asistir a las corridas de toros, beber el agua del pozo del Patrón o degustar los deliciosos churros que ofrecen las casetas de la Pradera. Pero hay un forastero que no se divierte. La responsabilidad de su misión le tiene muy preocupado. Es el francés Alexandre Promio, enviado especial de los hermanos Lumière para dar a conocer en España el cinematógrafo, su aparato de proyección de fotografía animada que apenas veinte semanas antes, el 28 de diciembre de 1895, se ha presentado en París con gran éxito.
Sucedió Una Noche (15/5/2016): 120 años de la primera proyeción de cine en España
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Promio es un joven de 25 años de enormes bigotones que viste como un dandy y posee un gran don de gentes, virtud ésta que le ayudará a conquistar a muchos personajes influyentes que a la postre facilitarán su tarea. Lo primero que hace al llegar a Madrid es presentar sus credenciales al Marqués de Reversaux, embajador francés en España, que le aconseja el lugar adecuado para su demostración.
Se trata de un local situado en los bajos del Hotel Rusia, en la mencionada Carrera de San Jerónimo. Un espacio amplio que anteriormente había albergado un negocio de máquinas tragaperras y de juguetes mecánicos para niños. Alexandre Promio alquila el local y hace situar en él un patio de butacas de unas veinte filas de sillas corrientes dejando a la entrada un pequeño espacio, a modo de vestíbulo, donde el público esperará su turno para sentarse. No demasiado tiempo, ya que está previsto que las sesiones se sucedan cada quince o veinte minutos. La sala es tapizada con cortinas negras y a espaldas de la puerta de entrada se coloca la pequeña pantalla de tela blanca.
El enviado de los Lumière conoce la importancia de la publicidad para el éxito de su lanzamiento y sabe que para ello debe ganarse a la prensa. Como hacen hoy en día las distribuidoras de películas, Promio organiza el 13 de mayo un pase privado para periodistas y personalidades que con sus comentarios se encargarán de calentar el ambiente para la presentación oficial. En realidad no era la primera muestra de imágenes en movimiento que veían los cronistas. Meses atrás se habían ofrecido demostraciones públicas del Kinetoscopio, un invento patentado por Edison que tenía el inconveniente de ser una máquina de uso individual. En ella el espectador, aplicando su ojo a un ocular, veía una sucesión de fotografías que, al pasar rápidamente, parecían moverse.
En cambio sí se podían ver colectivamente y proyectadas en una pantalla las imágenes del Animatógrafo, otro sistema parecido al cine pero con mayores imperfecciones que pocos días antes había sido presentado en el Circo Parish por un tal Mr. Rousby. Lo cierto es que pronto el éxito del invento de los hermanos Lumière hará caer en el olvido esos otros aparatos.
Al día siguiente, el mismo 14 de mayo de la inauguración, el diario La Iberia publica una entusiástica descripción del invento: “El cinematógrafo es la fotografía animada. Sobre un telón blanco se proyectan los cuadros, viéndose reproducidos los movimientos de las personas, el paso de los carruajes, la llegada de un tren y la ondulación de las aguas del mar, pero de una manera tan notable y con una perfección tal que no cabe más allá. Todos los cuadros arrancaron unánimes aplausos y aunque todos ellos son de gran mérito, causan mayor admiración: El derribo de un muro, la llegada de un tren a la estación (éste es maravilloso), el paseo por mar y la Avenida de los Campos Elíseos. Diez son los cuadros que se exhiben en esta sección. Las representaciones de anoche fueron de convite, asistiendo los embajadores de Francia y Austria y otras muchas personas distinguidas.”
Poco antes de las diez de la mañana, hora en la que estaba previsto el inicio de las proyecciones, la gente hace cola ante el edificio de la Carrera de San Jerónimo. El precio de la entrada es de una peseta, bastante caro para la época, ya que cualquier espectáculo teatral de entonces venía a costar la mitad. Los pases, de unos quince minutos de duración, se celebraban de 10 a 2 de la mañana, de 3 a 7 de la tarde y de 9 a 11 de la noche. El embajador francés, que ya había asistido a la sesión privada, regresa acompañado de un grupo de alumnas del colegio de San Luís de los Franceses. Una de estas alumnas, Paz Salcedo, publicaría años después en la revista “Primer Plano” un relato que rememoraba aquella sesión, según lo recoge el historiador del cine Fernando Méndez-Leite: “Recuerdo la algazara que se produjo al ver andar a los hombres muy deprisa, muy deprisa, entre la horripilante oscilación que dañaba la vista; el susto que nos producía el ver que se nos echaban encima los caballos de los “fiacres” y de los ómnibus y que a todas, instintivamente, nos obligaba a echarnos hacia atrás en las sillas, creyendo que nos atropellaban; y por último, el palmoteo y la nueva algazara que se armó en “El regador regado”, al ver salir agua de verdad de la manga de aquel inocente jardinero, y las risotadas cuando el chico que le había pisado la manga levantó el pie y le puso como una sopa.”
En los días siguientes Promio sigue mostrando el cine a los madrileños a razón de veinte sesiones diarias. El local está siempre abarrotado de gente. Al tercer día la familia real en pleno acude a presenciar el espectáculo y la Regente María Cristina queda tan encantada que personalmente se acerca a felicitar al operador de los Lumière en nombre de toda la familia. Orgulloso y satisfecho, Alexandre Promio informa a sus patronos de Lyon de los éxitos de su misión, y éstos le encargan que ruede una serie de vistas locales para incrementar la atracción del público y de paso enriquecer los programas de la compañía Lumière que ya se exhiben por toda Europa.
Las primeras imágenes las filma Promio en Barcelona, en concreto una panorámica titulada “Plaza del Puerto de Barcelona”, que es por derecho la primera película rodada en nuestro país, aunque por su baja calidad no es incluida en el catálogo Lumière. Sí lo son en cambio las vistas madrileñas que el operador filma a continuación en los primeros días de junio. Son pequeñas películas de apenas uno o dos minutos de duración con títulos como “Llegada de los toreros”, “Ciclistas militares”, “Salida de las alumnas del Colegio de San Luís de los Franceses” o “Puerta del Sol”.
Uno de estos rodajes provoca un pequeño incidente en Palacio. El enviado de los Lumière había solicitado rodar una serie de películas con la Guardia Real como protagonista. Promio filma varias vistas en los campos de ejercicio pero cuando pide al intendente que haga funcionar unas piezas de artillería para registrar el momento, éste se niega en rotundo. El operador acude entonces a la Reina, sabedor de la buena impresión que le ha causado días atrás, y ésta da la orden de disparar los cañones para el cine, dejando a su oficial en evidencia ante toda la tropa.
El espectáculo de Alexandre Promio en los bajos del Hotel Rusia se mantuvo en Madrid hasta el 19 de junio. A partir de entonces el cinematógrafo dejó de ser una curiosidad para convertirse en un negocio de empresarios emprendedores que solicitaban equipos a la casa Lumière. Como en Francia, como en Inglaterra y como en casi toda Europa, el cine había llegado a España y estaba aquí para quedarse. Los precios bajaron considerablemente. De la peseta inicial se pasó a los cinco o diez céntimos para la entrada general y un real para la entrada de preferencia. También cambiaron los locales y el tipo de público que asistía a ellos. Aunque la presentación en sociedad del invento había tenido lugar en un salón aristocrático, pronto el cine descendió de las alturas para instalarse en barracas, casetas de feria, salones de variedades, frontones o simples pisos donde se improvisaban diminutos patios de butacas con unas cuantas sillas. Las salas estables, lo que hoy conocemos como cines, aún tardarían bastantes años en llegar.
Antonio Martínez
Lleva más de 30 años en la SER hablando de cine y de música. Primero en 'El cine de Lo que yo te diga',...